10 de jul. 2014

Un país sin PP



Piden un lector y una lectora habituales de Comentaris Polítics que seamos más críticos con el PP. No es algo nuevo. Lo que llama la atención en este caso es que sus posiciones sean absolutamente inclementes en sus consecuencias. Y cabe añadir que un número creciente de comentarios en las redes sociales tienen este sentido. Para la salud de la democracia, tanto la política del PP como muchas de las críticas que se están articulando en su contra son fenómenos preocupantes.


¿Por qué no se ilegaliza al PP?

Sostiene el lector, persona de formación jurídica, que, de acuerdo con el artículo 10.2.a de la Ley de Partidos en vigor, la fiscalía pública debería proponer el enjuiciamiento del PP y su ilegalización. El artículo de la ley en cuestión afirma que “la disolución judicial de un partidos político será acordada por el órgano jurisdiccional competente … cuando incurra en supuestos tipificados como asociación ilícita en el Código Penal” y, según el artículo 155.1 del Código Penal son asociaciones ilícitas aquellas que tengan por objeto cometer algún delito o, después de constituidas, promuevan su comisión, así como las que tengan por objeto cometer o promover la comisión de faltas de forma organizada, coordinada y reiterada”.


Argumenta el lector que la acumulación de casos judiciales sobre corrupción vinculados al PP y, sobretodo, los serios indicios de financiación ilegal continuada de este partido, los sistemas de caja B y sobresueldos, cuestionan la consideración de que el PP sea un partido que respeta la legislación vigente y fundamentan la presunción de que la actuación del núcleo central de poder del PP ha tenido un comportamiento similar al de las asociaciones definidas como ilícitas en el Código Penal.


Quiero vivir en un país donde no haya PP

Por su parte, la lectora, catalana y vinculada al mundo de la cultura plástica, afirma que ella no es independentista y que no le gustan los nacionalismos, pero que votará a favor de una Cataluña independiente. Quiere poder vivir en un país que no tenga un partido como el PP.


Se declara cansada de tener que soportar los privilegios de la Iglesia Católica y arremete contra la voluntad del PP de imponer una concepción moral minoritaria al conjunto de la ciudadanía, de atacar a las mujeres y reducir sus derechos. Y termina destacando que está harta también del odio sistemático a la opinión crítica, del sectarismo y la estupidez, de la marginación de la cultura y la educación por parte de la derecha; del clientelismo caciquil; y de que el PP y sus ideólogos de FAES persigan, con dinero público, la diversidad lingüística, cultural y nacional de España, y defiendan el subdesarrollo social del país y el empobrecimiento de los trabajadores.


Ladrones, corruptos, malos gestores y autoritarios

Las redes sociales son territorios para minorías. Lugares donde se tiende al incendio fácil, a las afirmaciones sin matices, volátiles o para convencidos. Pero, con todo, es un lugar cada vez más importante para construir la información y articular un discurso y una movilización colectiva que determine el comportamiento político de muchos ciudadanos.

Y es en las redes sociales donde va tomando forma el discurso más radical y sin contemplaciones contra el PP, que se resume en la consideración de que dicho partido lo es de ladrones, corruptos y autoritarios, cuando no totalitarios.


¿Por qué?


Los comentarios que hemos tratado de resumir, más allá de su valor, ponen de manifiesto que crece la irritación contra el PP y un rechazo sin condiciones contra dicho partido. Son fenómenos minoritarios, de difícil medición; pero creciente y diariamente alimentados por una derecha económica radicalizada y sin sentido de su responsabilidad colectiva, y por los discursos y políticas del propio Partido Popular y los medios afines.

Por desgracia, en la derecha nacional española hay demasiado miedo a la democracia, demasiado neonacionalcatolismo y gusto por el dinero fácil. Y la práctica cotidiana del gobierno no ayuda. Es difícil generar una mínima confianza cuando se ignoran los problemas, se gobierna a base de decreto-ley, se degradan los servicios públicos, se desmantela la educación pública, se ignora la pobreza y a los parados, se considera enemigo a los contrarios políticos, se es pasivo ante la corrupción propia e hipócrita ante la de los otros o cuando se intentan alterar las reglas del juego electoral.


¿Qué derecha?

España carece de una tradición liberal, republicana y democrática medianamente fuerte. Se incorporó mal y tarde a la modernidad. La tradición democrática es corta. La cultura política mayoritariamente pasiva, sumisa y autoritaria. El nivel de exigencia y control sobre lo que hacen nuestros gobernantes bajo. Y escasa la calidad de nuestra democracia. Ninguna formación política escapa de su correspondiente dosis de sectarismo, clientelismo y oportunismo populista. Pero el problema es crónico y estructural en una derecha nacional español, con epicentro en Madrid, que tiene la hegemonía económica, social e ideológica; pero no la política.


El problema, y eso quizá no sea más que una impresión equivocada, es que crece el número de personas a las que el PP, lo que representa y como actúa, provoca una irritación cada vez mayor. Aumenta la sensación de que este partido es incapaz de cambiar. Y son cada vez más los que aspiran a eliminarlo, sin más, del panorama político. Y esto no es bueno. Es terreno abonado para los nuevos populismos y para el crecimiento de un discurso antiPP (y antiPPSOE) cada vez más articulado y radicalizado. Lo que, en una situación de crisis a la que le quedan años, seguramente no acabará con lo que el PP representa; pero puede dar a nuevos sistemas de partidos y a políticas públicas de confrontación contra todas las dimensiones de la derecha nacional española, incluidas la económica y la religiosa.

El PP y la derecha deberían cambiar; pero les cuesta demasiado y, cuando lo hacen, suele ser a peor.