Pesadillas europeas
(2)
A Europa, parafraseando las
primeras líneas del Manifiesto Comunista de
Marx, la recorren múltiples fantasmas. Poder
creciente del capital financiero, políticos subordinados a los mercados,
estupidez de las elites, democracia empobrecida, debilitamiento del
proyecto europeo, populismos… Por encima de todos ellos, alimentándolos o
bebiendo de ellos, la hegemonía alemana.
Tres pulsiones afectan hoy a
Alemania y ninguna de ellas es buena para Europa.
Primero, el orgullo populista alemán, alimentado por su segunda unificación y por haber recuperado una libertad de acción de la que carecía desde la II Guerra Mundial. Segundo, el recuerdo a la hiperinflación de la República de Weimar, que junto a la presión del capital financiero, desemboca en una obsesión por la inflación, la contención del déficit, el pago de las deudas y la salud de la banca por encima de las condiciones de vida de los ciudadanos. Y, por último, la priorización de los intereses alemanes sobre cualquier proyecto pluralista, solidario y democrático de gobernanza europea. La miopía conservadora del partido de Merkel (CDU) y el neoliberalismo doctrinario del FDP, con el que comparte gobierno, agravan las tendencias de fondo.
Primero, el orgullo populista alemán, alimentado por su segunda unificación y por haber recuperado una libertad de acción de la que carecía desde la II Guerra Mundial. Segundo, el recuerdo a la hiperinflación de la República de Weimar, que junto a la presión del capital financiero, desemboca en una obsesión por la inflación, la contención del déficit, el pago de las deudas y la salud de la banca por encima de las condiciones de vida de los ciudadanos. Y, por último, la priorización de los intereses alemanes sobre cualquier proyecto pluralista, solidario y democrático de gobernanza europea. La miopía conservadora del partido de Merkel (CDU) y el neoliberalismo doctrinario del FDP, con el que comparte gobierno, agravan las tendencias de fondo.
El resultado es la imposición de
un programa de austeridad radical. Caiga quien caiga y cueste lo que cueste.
Una política suicida de la que no se conocen ni imaginan las consecuencias.
Pero eso parece preocupar poco en Berlín. Por eso, Merkel insiste en que el
objetivo principal es que Alemania salga más fuerte de esta crisis y tenga más
influencia en el G-20, mientras el populismo germano subraya que Alemania no
tiene porqué pagar los excesos de otros países europeos.
Alemania, 1913
Veinte años después de su primera
unificación, Alemania ya era la primera potencia industrial y económica de
Europa. Gran Bretaña seguía manteniéndose políticamente como la primera
potencia mundial con un enorme imperio. Pero Alemania la superaba en todos los
sectores industriales, la formación y preparación de sus empresarios y
trabajadores era mayor, las universidades tenían un nivel tecnológico y científico
más elevado, la administración pública era más eficaz, el sistema de
comunicaciones por ferrocarril más ágil y estructurado, e incluso había
establecido un sistema de pensiones que ponía las bases del Estado Social
alemán.
El orgullo nacional crecía a la
par que el desarrollo económico. Aunque, en 1884, conseguiría convertirse en potencia
colonial secundaria en África, la diplomacia alemana se hizo cada vez más
agresiva considerando que su posición internacional no se correspondía con su
potencial económico. El 28 de junio de 1914, el II Reich alemán entraba en una
guerra de la que saldría derrotado, humillado y resentido. Siguieron tres
décadas de revoluciones, guerras, holocaustos y millones de muertos, en las que
Alemania escribió una de las páginas más infames de la historia de la humanidad.
La Alemania europea se aleja en el tiempo
Con el recuerdo de los horrores pasados,
en 1957, se pone en marcha un proceso de colaboración económica que tiene a Francia
y la República
Federal Alemana como socios y promotores principales. Así
nació lo que con el tiempo se convertiría en la Unión Europea, un
sistema de integración supraestatal que ha contribuido a garantizar la paz, la
cohesión social, el crecimiento económico, la democracia y la libertad durante
seis décadas. Algo desconocido en la historia europea. El liderazgo
franco-alemán ha sido un elemento central para entender el avance de la UE durante estos años, pero
manteniendo siempre un sistema de decisiones compartidas y solidarias entre
todos los estados de la
Unión. Esta realidad está saltando por los aires.
La segunda unificación de
Alemania (1990), el Tratado de Maastricht (1993) y la implantación del euro
(2000), con la consiguiente creación del Banco Central Europeo (BCE), fueron
alterando el sistema de equilibrios de la gobernanza europea. La Alemania unificada
aumentó su peso político dentro de la
UE; el euro fue un instrumento esencial para que Alemania
superara la crisis de los noventa y los costes sociales y económicos que le
había generado la reunificación; el BCE pasó a ser, con matices, una
continuación del Deutsche Bundesbank. Alemania se convirtió en la gran
beneficiada del euro. Las exportaciones alemanas crecieron, su peso en los
mercados europeos se multiplicó y el país ingresó más de 800.000 millones de
euros, muchos de los cuales fueron invertidos en las periferias europeas
eslavas y mediterráneas.
La crisis económica ha acabado
por romper la lógica de decisiones compartidas en la UE y ha impuesto una
indisimulada hegemonía alemana. El drama es que, aunque Alemania tiene el
poder, carece de un proyecto europeo propio. Toda la acción de Merkel en Europa
no tiene otro propósito que conseguir que la CDU gane las elecciones generales alemanas de
2013. Además, para desgracia europea, nadie ha intentado una dinámica de
decisiones diferente de la alemana. El sur ha asentido con una docilidad bovina
mientras era conducido al matadero. La oposición británica a la hegemonía
alemana ha tenido mucho de choque de intereses entre el capital financiero con
sede en Londres y el de Francfort. La llegada a la presidencia francesa de
Hollande genera expectativas, pero difícilmente alterará la posición alemana,
acostumbrada a la sumisión histriónica de Sarkozy, a menos que sea capaz de
articular un frente de países contra la hegemonía alemana, algo más que
improbable, o que Francia defina un programa de crecimiento europeo realista y
sea capaz de mantenerlo frente a los ataques de unos mercados cada vez más
hostiles con las decisiones democráticas.
Europa se fracturará
antes que hablar alemán
El problema de fondo es que
Europa no puede ser alemana. Tras la espantada británica en noviembre pasado,
Volker Kauder, portavoz en el parlamento alemán de la CDU, presumía de que Europa
por fin hablaba alemán, aludiendo a que todos los gobiernos europeos (salvo el
británico) estaban bajo las directrices alemanas. Su partido le aplaudió
entusiasmado. Un mal síntoma.
Como ha recordado Jacques Delors,
presidente de la
Comisión Europea entre 1985 y 1995, Europa sólo puede ser
europea. Y así debería ser. Porque la solución de muchos de los problemas de
los ciudadanos europeos, y especialmente de los españoles y los valencianos,
pasa por una profundización en el proyecto de integración europea solidario y
democrático, por ser más Europa.
Sin embargo, la tendencia actual
no es esa. Vamos hacia una realidad, gráficamente definida por Merkel, como Marktkonforme Demokratie. Una democracia
acorde con el mercado, que subordina, de hecho, las decisiones políticas de los
gobiernos elegidos por los ciudadanos a los intereses del sistema financiero
(mercado) y en las periferias europeas, además, a la voluntad alemana. Eso
explica que las constituciones de los distintos países europeos (en España,
mediante una precipitada reforma constitucional el agosto pasado) hayan
incorporado el dogma neoliberal del déficit cero y la priorización del pago de
la deuda externa a cualquier otro tipo de política pública interna.
En Europa, la democracia y el
proyecto común europeo están en peligro. Si Alemania sigue adelante con sus
planes e impone su voluntad en beneficio propio y su entramado industrial y
financiero; manteniedo, de hecho, una lógica que recuerda al primer verso de su
antiguo y no oficial himno nacional, Deustschland
über alles (Alemania
por encima de todo), cometerá un error grave. Las recientes elecciones
en Francia y Grecia, aún siendo casos diferentes, son advertencias serias contra
una Europa alemana.
El nacionalismo y el populismo
(antieuropeo y antialemán) crecen; y esas son dos de las fuerzas que más
desastres han provocado en Europa en los últimos dos siglos. La idea de que es
mejor una Europa sin Alemania o, incluso, de que hay que escapar de una Europa
alemana, o simplemente de la UE,
aumenta y seguirá haciéndolo. Bruselas y Berlín pueden mirar hacia otro lado,
pero está ocurrido y no deberían despreciar el fenómeno. Se está acelerando la
descomposición de los frágiles lazos de la ciudadanía europea. Y ese error, si
se mantiene en el tiempo y las elecciones generales alemanas de 2013 no le ponen remedio, supone un desastre
para Europa.
Epílogo sobre Alemania
Aunque Merkel acostumbra a
afirmar que a Alemania le va bien en la crisis y comparativamente con el maltrecho
sur parece que es así, la situación de muchos ciudadanos alemanes no es buena.
Gracias a técnicas contables se redujo de las listas del paro a un millón de
personas y más de 8 millones de alemanes tienes trabajos muy precarios
(minijobs). Sin olvidar que Alemania es uno de los países donde más ha
aumentado la desigualdad en la última década, llegando a niveles similares a
los de EEUU y mientras que el 10% más rico tiene más del 60% de la riqueza (el
1% el 23%), la mitad de la población sólo dispone del 2%.
Nota final sobre España
No está de más recordar que el error estratégico alemán en su
política europea no exime de su responsabilidad a los banqueros y gobiernos españoles desde Aznar
hasta Rajoy, pasando por Zapatero, con Rato como gran artífice del milagro español gracias a su ley del suelo de 1998, cuando favorecieron
un crecimiento económico centrado en el ladrillo con bancos y cajas de ahorro como
principales promotores de la especulación urbanística. Los platos rotos se pagan con empresas cerradas, parados, pensiones degradadas, menos recursos para la sanidad, la educación y los servicios públicos y ruptura de la cohesión social.
Mientras tanto, España en el contexto europeo pinta poco o nada. La partida se juega en un espacio en el somos una pieza menor. La simpatía con la que los conservadores alemanes saludaron la victoria de Rajoy en noviembre, se ha esfumado. El Gobierno de Rajoy ha perdido el crédito, es presa fácil de los especuladores y genera dudas en Berlín y Bruselas. Europa tiene miedo. Si Grecia sale del euro, España será la nueva Grecia. Nadie pensaba que las cosas irían tan mal cuando el 9 de mayo de 2010, horas después de que la CDU y FDP perdiese el gobierno de Renania del Norte-Westfalia, los asesores de Merkel le recomiendan apretar las tuercas a los perezosos e indisciplinados del sur para apaciguar al elector conservador alemán. Esa noche, España recibió el primer ultimátum alemán. Dos años más tarde, recién nacionalizadas las pérdidas de Bankia, aunque nunca se nacionalizaron los beneficios en el pasado, Merkel vuelve a perder en el mismo estado alemán y nadie duda, absolutamente nadie, de que estamos peor que entonces y de que no hay expectativas de mejora a corto y medio plazo. A largo plazo, como decía Keynes, todos muertos.
Mientras tanto, España en el contexto europeo pinta poco o nada. La partida se juega en un espacio en el somos una pieza menor. La simpatía con la que los conservadores alemanes saludaron la victoria de Rajoy en noviembre, se ha esfumado. El Gobierno de Rajoy ha perdido el crédito, es presa fácil de los especuladores y genera dudas en Berlín y Bruselas. Europa tiene miedo. Si Grecia sale del euro, España será la nueva Grecia. Nadie pensaba que las cosas irían tan mal cuando el 9 de mayo de 2010, horas después de que la CDU y FDP perdiese el gobierno de Renania del Norte-Westfalia, los asesores de Merkel le recomiendan apretar las tuercas a los perezosos e indisciplinados del sur para apaciguar al elector conservador alemán. Esa noche, España recibió el primer ultimátum alemán. Dos años más tarde, recién nacionalizadas las pérdidas de Bankia, aunque nunca se nacionalizaron los beneficios en el pasado, Merkel vuelve a perder en el mismo estado alemán y nadie duda, absolutamente nadie, de que estamos peor que entonces y de que no hay expectativas de mejora a corto y medio plazo. A largo plazo, como decía Keynes, todos muertos.