19 de febr. 2013

PSOE, con respiración asistida


Con el PP desbordado por la corrupción. Con Rajoy deambulando en el mundo de simplezas ideológicas en el que habita. Con un Gobierno inepto, agotado y lacerante. Con la derecha social, económica, mediática e intelectual asaltando el Estado de Bienestar. Con las instituciones constitucionales en crisis (Casa Real, partidos, sindicatos, CEOE e Iglesia Católica incluidos) y los fundamentos básicos del sistema democrático puestos en cuestión. Con un sistema productivo desestructurado y todos los indicadores mostrando un aumento de las desigualdades sociales, el paro, el fraude fiscal, el empobrecimiento; mientras estamos a la cola del mundo desarrollado en educación, investigación o innovación productiva. Con una sociedad abatida y crecientemente resentida. Es especialmente preocupante la inanición del resto de partidos políticos y especialmente la ausencia de alternativa y la inoperancia del PSOE: el único partido que, a pesar de su decadencia e independientemente del poco o mucho entusiasmo que genere, todavía es capaz de estructurar un gobierno medianamente sólido, diferente y mejor al del PP. Imaginar a Cayo Lara o Rosa Díez presidiendo el Gobierno de España es una quimera o una pesadilla, según quien lo mire. Mientras tanto, la parálisis política de los partidos (grandes y pequeños) es radical. Sólo hay que recordar que las dos principales iniciativas políticas del último año, dejando a un lado lo que tiene su origen en el PP y su gobierno, provienen de la ciudadanía (moviendo contra los desahucios y proyecto independentista catalán) y no de los partidos, que están perdidos en la zozobra y parecen instrumentos oxidados para hacer frente a la crisis.

 
No hay oposición alternativa

La respuesta socialista a casi todas las medidas del Gobierno de Rajoy y a la corrupción que atenaza al PP ha evidenciado que sus elites decisivas del PSOE tienen serias limitaciones para la acción política. En términos generales, han seguido una lógica reactiva, a menudo invisible y, con frecuencia, contradictoria con lo hecho por el gobierno de Zapatero hace sólo un par de años. Este otoño, rozó el ridículo en la negociación con el PP de una solución a la crisis de los primeros suicidios por desahucios, de la que se desmarcó a última hora. En el caso Bárcenas, el aire de indeterminación ha sido mayúsculo: sin salirse nunca de las frases tópicas, haciendo seguidismo de las últimas noticias de la prensa o llevando a cabo una carrera por mostrar declaraciones de la renta que sólo alimentan la idea de que todos los políticos son iguales y desvían la atención del problema central.


El anuncio, que debería haber sido importante, de convertir la sanidad en un derecho básico, el pacto general por el empleo propuesto por Rubalcaba hace unas semanas, la solicitud de dimisión de Rajoy o las iniciativas para atajar la corrupción tienen un aire instrumental y han seguido un deambular más bien triste: se anuncian los viernes para que los medios de comunicación hablen de ellas el fin de semana y luego se pierden en la nada. No hay recorrido político, las propuestas no se producen jamás en el parlamento y generalmente no llegan a materializarse en iniciativas parlamentarias o movilizaciones políticas, y, hasta el momento, no dan la sensación de obedecer a un proyecto general y estructurado.

Quizá, como afirmaba hace unos días Ramón Jauregui en un artículo decepcionante teniendo en cuenta su experiencia política (¿Qué está haciendo el PSOE?), los socialistas estén trabajando mucho y muy bien para hacer una propuesta programática deslumbrante. Quizá. Pero ese trabajo de laboratorio no se ve y, en consecuencia, es políticamente irrelevante y, mientras tanto, todo lo que dicen o proponen parece agotarse antes de ver la luz.


Ni Chacón, ni Rubalcaba

El PSOE tiene un grave problema de credibilidad. Arrastra el lastre de lo más irritante del zapaterismo: culto a la personalidad, promoción a puestos de gobierno y responsabilidad de personas incompetentes, gusto por las iniciativas mediáticas que generaban políticas públicas basadas en ocurrencias y ajenas o poco consecuentes con los valores socialdemócratas, contradicciones en la acción de gobierno, desconfianza del parlamento y de la sociedad, adanismo, gestión neoliberal de la crisis, trato de favor a los poderes religiosos y económicos fuertes, modificación indigna de la Constitución.

Pérez Rubalcaba y Chacón
Romper con esto es algo prácticamente imposible mientras Rubalcaba y Chacón sean líderes, orgánico y alternativo respectivamente, del PSOE. Y mientras su elite decisiva sea políticamente secundaria y esencialmente reacia al cambio y conservadora. Y, más aún, mientras carezca de proyecto estratégico propio. Al fin y al cabo, en economía, el PSOE no plantea nada distinto a la ortodoxia neoliberal; en políticas sociales es básicamente liberaldemócrata, y, en modelo de estado, no tiene una alternativa al nacionalismo españolista y carpetovetónico del PP y a los nacionalismos periféricos. Está, por lo tanto, perdido en todos los ámbitos de acción política tradicional, y, más todavía, en los ejes de conflicto que genera la crisis. Su diferenciación política es más de matiz que de substancia.


No se tiene razón por haberla tenido

Hay unos versos del poema Nostalgia del exilio que José Ángel Valente dedicó al exilio republicano español de los años sesenta del siglo XX y que podrían ser aplicados al PSOE actual.

Lo peor es creer
que se tiene razón por haberla tenido
o esperar que la historia devane los relojes
y nos devuelva intactos al tiempo en que quisiéramos
que todo comenzase.
Y peor es aún ascender como un globo,
quedarse a medio cielo,
deshincharse despacio,
caer en los tejados de espaldas a la plaza,  
no volver al gran día.

El PSOE ha sido un partido sistémico y central de la democracia y la partitocracia española de la III Restauración borbónica iniciada en 1975. No se puede entender la realidad española contemporánea de las últimas cuatro décadas sin su participación decisiva y, en la mayor parte de casos, positiva de los socialistas: ha liderado la etapa de gobierno más productiva y positiva de este país (1982-1992), la incorporación a Europa, la modernización social y el Estado de Bienestar que tenemos (o teníamos), por muy precario que sea, se debe en buena medida a su labor de gobierno, del mismo modo que la ampliación de derechos civiles y sociales que hoy nos parecen básicos.

Como partido, su razón de ser moderna debería ser favorecer el mayor grado posible de igualdad de oportunidades y resultados dentro de una sociedad abierta y democrática, actuar como fuerza política reformista transformadora, profundizar la democracia, garantizar derechos civiles y sociales, debilitar el mayor número posible de privilegios de los distintos grupos de presión, y fortalecer y ampliar el Estado de Bienestar. Sin embargo, su práctica política no siempre ha sido coherente con estos propósitos y, en estos momentos, está muy lejos de poder ocupar ese espacio y no da la sensación de que la situación sea reversible a corto y medio plazo. El PSOE está muy lejos de la gente que dice querer representar.

Perdidos en la vieja política

Hoy es un partido anclado en la vieja política que la crisis y el malestar social han puesto en cuestión. Anclado en los compromisos, el institucionalismo y la sumisión a los poderes fuertes. Con unas elites donde pesan demasiado los personalismos, los juegos de poder, los mecanismos de selección inversa, el anquilosamiento, los códigos de comportamiento no siempre democráticos y, frecuentemente, un temor vertiginoso a perder la única forma de vida que conocen (la política profesional) cada vez que observan movimientos internos que cuestionan su posición de dominio o les llegan anuncios de derrotas futuras aún más dolorosas.

El malestar ciudadano ha desplazado los ejes del conflicto político. La responsabilidad de los partidos ante la gestión de la crisis y el poder de la partitocracia son factores cada vez más importante para determinar el comportamiento político de una proporción creciente de ciudanos, que tienden hacia distintas manifestaciones de protesta y populismo. En este contexto, el PSOE, que tiene una posición débil en los ejes del debate político tradicional (política económica, social y territorial), está absolutamente desplazado hacia la marginalidad en los conflictos emergentes ya que forma parte central de la partitocracia y no da muestras de capacidad renovadora, y es, con el PP o CiU, un partido de la crisis; con el agravante de que mientras el núcleo duro de votantes del PP (poco afectados por la crisis, en términos relativos) no dejará de votar a la derecha pase lo que pase, no parece que el PSOE tenga un núcleo de votantes tan sólido y acrítico.


La pócima mágica de la ley del péndulo y los jóvenes expertos no socialistas

Los socialistas parecen confiar en mejorar sus magras expectativas electorales actuales acudiendo a una doble creencia mágica: la supuesta ley del péndulo y la confianza en que las reflexiones de jóvenes expertos ajenos al PSOE iluminarán a los socialistas y a la sociedad en su conjunto.

La pretendida ley del péndulo afirmaría que las elecciones no se ganan, sino que sólo se pierden o, lo que es lo mismo, la realidad política se mueve por flujos temporales que llevan a que una parte de la gente se canse de los partidos en el gobierno, deje de votarlos y acabe votando a otros, y de ese modo se produce la alternancia partidista. En consecuencia, la acción política básica de las elites del partido consistiría en tener paciencia, saber esperar y confiar que el péndulo les devuelva al poder. La creencia es falsa y esencialmente conservadora, pero tiene gran predicamento en los aparatos socialistas.

Mulas, Caldera i Rodríguez Zapatero
La confianza en las aportaciones de 300 jóvenes expertos no socialistas para elaborar el proyecto político del PSOE para las próximas décadas, en palabras de Jauregui, parece una múltiple cuadratura del circulo que recuerda el papanatismo condescendiente con el que las veteranas elites socialistas tratan a las generaciones posteriores, por no hablar de los nombramientos de Zapatero en sus gobiernos, los equipos del exministro Sebastián, la fulgurante carrera de Carlos Mulas en la Fundación Ideas o la irrupción estelar de Beatriz Talegón (todos sus 7 años de vida profesional viviendo de la política) en el universo socialista por criticar la forma (que la Internacional Socialista haga reuniones en hoteles de 5 estrellas) sin entrar realmente en el fondo (que los socialistas no tienen respuesta a la ofensiva neoliberal).

Hoy, cuando una fuerza socialdemócrata y reformista sería absolutamente necesaria en España y en Europa, sólo la inexistencia de una alternativa de izquierdas en el ámbito estatal distinta al PSOE, la ausencia (todavía) de una fuerza populista que canalice el malestar ciudadano y la penosa situación del PP, permiten mantener a los socialistas políticamente vivos, aunque con respiración asistida.