21 de set. 2010

Escándalos, corrupción y votos

Con motivo de las primarias del PSPV-PSOE, en las últimas semanas hemos asistido a un cierto debate sobre si un partido político debe denunciar activamente los casos de corrupción política que se producen en la Comunidad Valenciana, si ese debe de ser el centro de su discurso y actuación política, y, finalmente, si produce beneficios electorales para el partido denunciante. Lo planteado es de enorme interés, aunque la discusión haya quedado circunscrita a las filas socialistas y haya sido de corto recorrido.

En mi opinión, hay una respuesta distinta para cada una de las cuestiones apuntadas. A la pregunta de si un partido político debe denunciar activamente los casos de corrupción política, la respuesta, si creemos en los valores democráticos, no puede ser más que un rotundo e inequívoco sí. No se puede especular con el hecho de que hay corrupción de primer, de segundo o de tercer grado. Existe corrupción o no, y cuando existe eso es grave para el funcionamiento de una sociedad y de la democracia.

Y en el caso valenciano, aunque pueda ser legítimo tener la convicción de la ausencia de enriquecimiento personal o incluso de la honradez privada de personas implicadas en los escándalos de corrupción y financiación irregular que afectan al PP valenciano, lo cierto es que política y públicamente la mayor parte de los implicados deberían haber dimitido hace mucho de sus responsabilidades públicas. De hecho, teniendo en cuenta sólo alguna de las conversaciones publicadas, en cualquier país con una cultura democrática seria, la dimisión habría sido la salida digna y honesta a una situación como la actual que degrada las instituciones autonómicas y la imagen de la Comunidad Valenciana en el resto de España y en Europa.

Sin embargo, denunciar la corrupción, por muy grave que ésta sea y por mucho que afecte directamente a la cúpula dirigente del partido que gobierna actualmente la Generalitat, no debería ser el eje y casi la causa única de las fuerzas políticas que son oposición en la Comunidad Valenciana por dos motivos íntimamente relacionados entre sí: por razones de estrategia política y por la percepción que amplios sectores de la sociedad tienen de la política y, sobre todo, de los políticos.

Que un partido concentre su apuesta estratégica en un solo tema suele ser arriesgado y, casi siempre, en contra de la opinión de los interesados directores de marketing, un error político. Hacerlo en la corrupción política representa un riesgo doble y, por ende, una equivocación mayor. La corrupción política es un hecho éticamente deleznable y un cáncer para la salud democrática y cívica de cualquier país; pero en las sociedades mediterráneas de tradición católica (y se podría extender la consideración a las sociedades de las orillas ortodoxa y musulmana del Mediterráneo) buena parte de sus ciudadanos, sino una notable mayoría, tienen ante la corrupción política una actitud entre fatalista, sectaria y cínica.

Fatalista porque se ve el fenómeno como algo intrínseco al ejercicio de la política. SectariaCínica porque se atribuye a los políticos, de manera genérica y sin la más mínima prueba, la idea de que son gente corrupta o más fácilmente maleable y después se mira hacia otro lado cuando se conocen corruptelas en los respectivos ámbitos de relación o trabajo, sobre todo cuando se creen o se sienten beneficiados por la situación. Todo ello agravado, en la sociedad española, por el hecho de que quien se considera de derechas castiga menos la corrupción de sus filas, y quien se autodefine de izquierdas tiende a castigar a los suyos tanto por la corrupción propia como por la ajena. porque tienden a valorar de manera distinta la que se produce entre quienes son más próximos políticamente, que se suele ignorar o justificar, y aquella que se da en los otros partidos, que mueve a la irritación y a la crítica inclemente.

Este hecho entra en relación con la tercera de las cuestiones planteadas en el debate: si la denuncia de los casos de corrupción puede o no producir beneficios electorales al partido denunciante y si, en consecuencia, los electores castigan a los políticos corruptos. La respuesta es que no necesariamente. En primer lugar, la denuncia en el ámbito jurídico, o en términos morales y basándose en los valores democráticos, tiene un recorrido político generalmente muy corto.

Además de que jurídicamente tardan demasiado tiempo en sustanciarse, para la mayor parte de la población estas denuncias son interpretadas como peleas entre políticos. Y los políticos en nuestro país, vale la pena recordarlo, son vistos por los ciudadanos cada vez con mayor desafección y como una élite cerrada y con intereses propios independientemente de los partidos en liza.

Para que la corrupción política sea vista como un problema que afecta directamente a los ciudadanos, un partido político deberá saber explicar de que manera este comportamiento está en la base de las deficiencias y carencias que tienen los servicios educativos, la gestión de la dependencia, la sanidad, las infraestructuras o la economía en la Comunidad Valenciana, por no hablar del elevado déficit público que padecemos los valencianos y que nos lastra como sociedad. Algo que, me temo, no ha ocurrido suficientemente hasta el momento.

Los estudios más exhaustivos sobre corrupción política y comportamiento electoral en España, aunque no son concluyentes y se refieren sobre todo al ámbito local, apuntan tres comportamientos básicos: incremento del voto favorable al político acusado de corrupción, apoyo tibio al denunciado y malos resultados de la oposición, y, por último, victoria de la fuerza política denunciante y castigo electoral a los acusados o denunciados por corrupción política.

El incremento, a veces masivo, del voto a los políticos denunciados por corrupción, se da en aquellas situaciones en que prácticamente no existe oposición política y la mayor parte de la población considera correctas o beneficiosas para los habitantes de la localidad afectada las políticas del denunciado, que suelen ser personas con un fuerte carisma, con discursos populistas y que gobiernan pequeñas localidades cohesionadas contra lo que consideran ataques desde el exterior.

El apoyo tibio al denunciado, con altos niveles de abstención y malos resultados de la oposición, se da en aquellos casos en que una parte considerable de los ciudadanos pueden desaprobar los comportamientos de los gobernantes, pero los consideran los menos malos y, sobretodo, no ven una alternativa política clara en la oposición. Finalmente, los políticos denunciados por corrupción son castigados electoralmente en aquellas ocasiones en las que la oposición es percibida como alternativa política y un porcentaje notable de la población considera que la corrupción denunciada o el mal gobierno le afectan negativamente y de manera directa.

O dicho de otro modo, la corrupción política difícilmente es castigada en las urnas si no hay alternativa política con un discurso claro, global y coherente. Cuando eso ocurre, lo peor es que la política pierde sentido colectivo y democrático y la corrupción se extiende, degrada a la sociedad y la hace más pobre y envilecida. En la Comunidad Valenciana, deberíamos tomar nota.

Article publicat a Valencia Plaza el 21 de setembre de 2010 http://www.valenciaplaza.com/ver/7686/Esc%C3%A1ndalos--corrupci%C3%B3n-y-votos.html

8 de set. 2008

Cuando Coca-Cola quiso ser Pepsi o los dilemas del PSPV

La proliferación de candidatos a la secretaria general del PSPV-PSOE ha dejado oscurecido, cuando no ha eliminado, cualquier debate sobre la ponencia de este partido para su próximo congreso. Cínicamente, se acostumbra a decir que este tipo de documentos no sirven para nada. No comparto esa idea. La ponencia de un partido siempre es una muestra del pensamiento socialmente dominante y un termómetro sobre la fortaleza y el estado de ánimo de un partido. De hecho, en el caso que nos ocupa, la ponencia es una manifestación del aturdimiento (y casi único partido) de la oposición frente a la posición de hegemonía política del PP en la Comunidad Valenciana.

El documento plantea en esencia tres novedades importantes. La primera y más llamativa, el cambio de PSPV por PSCV, aduciendo que Comunidad Valenciana es el nombre institucional y socialmente consolidado del territorio valenciano. La segunda, defendiendo que el partido socialista debe centrarse y cambiar al ritmo que cambia la sociedad, supone un acercamiento a las lógicas neoliberales (mayor peso del mercado y de los intereses privados, más insistencia en la elección individual y asunción de valores individualistas) tanto en lo que se refiere a la gestión de los servicios públicos básicos del estado del bienestar como en la planificación territorial, mientras que se echa en falta una reflexión sobre la identidad valenciana y el modelo de integración de la nueva inmigración en una sociedad que debería ser más plural sin dejar de ser valenciana. La tercera, es un nuevo intento de reestructurar el partido para convertirlo en una máquina electoral que gane elecciones.

Dejando al margen la última de las propuestas, más voluntarista que realista, las cuestiones de fondo (cambio de nombre y acercamiento a postulados defendidos por el PP) recuerdan la equivocada (y casi suicida) estrategia de Coca-Cola para frenar el crecimiento de Pepsi en los años ochenta. Es sabido que entre estas dos multinacionales hay una competencia sin contemplaciones por el liderazgo en el consumo mundial de refrescos. Durante décadas, Coca-Cola fue líder indiscutido, pero a partir de los años sesenta, Pepsi recortó distancias. Entonces los tests estáticos (primer consumo) mostraban la preferencia por Pepsi (al parecer más dulce y gratificante en un primer momento), lo que llevó a los directivos de Coca-Cola a una modificación del producto y del nombre, lanzando New Coca-Cola en 1985. El resultado fue desastroso: pérdida de millones de dólares y de parte de sus consumidores y, además, fijó en el imaginario de quienes pretendía atraer la idea de que su rival era mejor y que por eso lo imitaban. La compañía salió de la crisis cuando comprobó que en los tests dinámicos (consumo repetido) Coca-Cola mejoraba sensiblemente las preferencias y, sobre todo, cuando recuperó su nombre y producto original.

El caso del socialismo valenciano es similar. El cambio de nombre y las propuestas para centrar el partido y conquistar electorado del PP, se justifican en análisis sociológicos estáticos sin una reflexión de por qué el PP ha conseguido una posición de hegemonía política y social en la Comunidad Valenciana y de cómo los valencianos se han situado más a la derecha que el resto de los españoles. Estos son fenómenos dinámicos que no se pueden comprender ni analizar con una fotografía. Son un proceso, no un instante. Cambiar el nombre para incorporar la actual denominación institucional no parece ni prioritario, ni necesario, y, además, la solución propuesta no es la que mejor se corresponde con la tradición y la identidad de los socialistas valencianos. Dar mayor protagonismo a la iniciativa privada, a los valores individualistas y al mercado en la gestión de las políticas públicas, sin una apuesta nítida por incrementar los mecanismos de responsabilidad y control público y sin favorecer mecanismos de acción y participación colectiva favorece la huida de las clases medias del sistema público de bienestar hacia servicios privados subvencionados con dinero público, aumenta la escisión social y, finalmente, refuerza electoralmente opciones conservadoras. 

Aducir que la sociedad cambia y que el partido socialista tiene que cambiar como ella es como decir que si algún día la sociedad es mayoritariamente radicalmente conservadora, también habría que asumir postulados de este tipo, y, sobre todo, es una manifestación de la incapacidad actual de la izquierda valenciana y de los socialistas para luchar por la hegemonía ideológica, cultural, social y política en la Comunidad Valenciana, y una aceptación de que el marco de debate y la descripción de la sociedad y de la identidad valenciana que hace el PP son los únicos posibles. Y ese, junto con la abundancia de personalismos y el predominio de las lógicas de acumulación de poder, es el principio de los males de la izquierda valenciana y de por qué los socialistas no levantan cabeza. Al fin y al cabo, si un partido para ganar tiene que parecerse al que ya está en el poder, los ciudadanos no dudarán en elegir siempre la marca original.

Article publicat el 8 de setembre de 2008 a El País. Comunidad Valenciana http://www.elpais.com/articulo/Comunidad/Valenciana/Coca-Cola/quiso/ser/Pepsi/dilemas/PSPV/elpepiespval/20080908elpval_4/Tes