21 d’oct. 2010

Elites ilustradas e ideología valenciana

Hace unas semanas, el periodista Benigno Camañas se preguntaba "¿dónde está, en estos momentos de crisis, la burguesía valenciana ilustrada?". O lo que casi es lo mismo, ¿qué dicen y qué hacen, en términos colectivos, nuestras elites, la llamada sociedad civil, las universidades, los medios de comunicación, las múltiples asociaciones, fundaciones y ONGs o los empresarios, por no hablar de las castas políticas o sindicales? La pregunta es adecuada. La respuesta difícil. El primer problema es que -seamos sinceros- en las últimas décadas, las burguesías valencianas no han hecho gala de ser ilustradas. De hecho, se ha llegado a decir que si es burguesía y es valenciana no es ilustrada, y que si es ilustrada y burguesía, no puede ser valenciana. La ironía es cruel e injusta para una parte de las elites valencianas; pero, en términos colectivos, es descriptiva y no deja de ser acertada, por desgracia.

Las realidades negativas o insuficientes solo se cambian cuando se asume su existencia. En consecuencia, en la Comunidad Valenciana deberíamos empezar a asumir, para cambiarlo, que el conjunto de nuestras elites no anda sobrado de ilustración y que tanto sus conocimientos prácticos generales, como su cultura, valores y los sistemas de intereses, visiones del mundo, estrategias y objetivos son más bien alicortos y, a menudo, contradictorios. Deberíamos admitir, además, que colectivamente hablando, tendemos a sobrevalorar lo que hacemos, a no buscar la excelencia y a tener poca ambición y autoexigencia. 

Con demasiada frecuencia, queremos que nos miren, llamar la atención de los otros y sacar pecho con grandes fastos, negocios fáciles o proyectos mediocres de envoltorio lujoso; y luego, cuando se muestran las deficiencias, arrugarnos pronto y correr a refugiarnos en la grandilocuencia de las declaraciones y el victimismo incongruente. Esa es la ideología dominante en nuestras elites. Una ideología infantil e irresponsable; pero con la que hay quien obtiene grandes beneficios económicos y políticos, aunque los valencianos y la Comunidad Valenciana salgan perdiendo. Quizás así se explica por qué nuestra sociedad civil y las elites guardan silencio en medio de una crisis profunda del sistema económico y con un panorama político paralizado, opaco, lleno de escándalos de corrupción, y sin expectativas de mejora.

Pongamos un ejemplo. Hace muy poco, se acuerda una Estrategia de Política Industrial que desempolva los ya viejos tópicos de la necesidad de cambiar el modelo productivo, de apostar por la industria y la innovación, mientras se deja atrás un crecimiento centrado casi exclusivamente en el urbanismo descontrolado. Suena bien; por eso no hay discurso público que se precie que no recurre a estos tópicos; aunque es poco creíble, y no solo porque los recursos de la Generalitat sean magros, sino porque aquí, entre nosotros, predominan las prácticas reacias a la innovación y al riesgo, se estigmatizan los fracasos en las experiencias emprendedoras o formativas, que en los países emprendedores son la base del aprendizaje creativo, y se prefiere el negocio fácil al esfuerzo mantenido en el tiempo. Se castiga de hecho, lo que se dice pretender.

En mi opinión, las causas principales de la falta de talla colectiva de las elites burguesas de la Comunidad Valenciana y de su ideología predominante son tres: una identidad negativa, el conformismo y la dependencia de los recursos públicos. Desde hace décadas, las elites valencianas se han venido definiendo a la contra, sobre la negación o la oposición hacia todo lo que nos vinculara con nuestro espacio cultural e histórico más próximo y eso las ha llevado a negar la razón ilustrada, a enfrentamientos (impensables en las sociedades democráticas) con las universidades y a una determinación de objetivos estratégicos políticos y económicos más pendientes de nuestra relación con Madrid que de nuestra posición en Europa, además de dificultar el impulso de proyectos colectivos en positivo y con un apoyo social amplio, activo y cualificado. Y eso nos cuesta dinero en forma de redes de comunicaciones inadecuadas, y de pérdida de inversiones y de recursos humanos cualificados que abandonan nuestra comunidad. 

Del mismo modo, las elites valencianas han abrazado y han hecho bandera de nuestra condición de espacio periférico y segundón en el ámbito español y europeo. Han sido activas, pero lo han sido en un marco espacial e intelectual limitado. Visto con perspectiva histórica es algo normal, porque las elites burguesas valencianas se integraron, protagonizaron y se beneficiaron provincianamente del proyecto burgués de estado-nación español. Pero el mundo cambia y muchas de las cosas que han tenido sentido en el pasado, ya no lo tienen o, al menos, no de la misma manera. Seguir de manera conformista, reivindicándonos como segundones y periféricos es arrinconarnos y perder el futuro y, si no reaccionamos, vamos camino de conseguirlo. Sólo hay que mirar la evolución comparada de nuestros indicadores económicos o la pérdida de calidad de los servicios valencianos de bienestar colectivo.

Pero, además, en las últimas décadas se han añadido elementos que explican la falta de pulso y exigencia de nuestras elites. Se ha impuesto la cultura de lo inmediato, el recurso a la subvención pública graciable y las nuevas formas de clientelismo. Lo que convierte cada vez más a la llamada sociedad civil organizada en un campo propicio para las corruptelas, negocios privados con dinero público o la ética oportunista y de geometría cambiable y sectaria. Todo eso nos debilita, nos hace perder recursos, nos empobrece colectiva e individualmente.

Llegados a este punto, se impone preguntarnos: ¿cómo podemos salir más fuertes y más cohesionados socialmente de la actual crisis? A corto plazo, no se puede esperar demasiado de una sociedad organizada subvencionada y con escasa autonomía de un poder político que presenta un panorama desalentador tanto si miramos a un Gobierno Valenciano sin fuelle ni liderazgo y a una oposición carente de un discurso claro y estrategia solvente. Para salir más fuertes del momento actual habrá que empezar a confiar en aquellos sectores sociales y ciudadanos, hoy minoritarios y poco estructurados, que puedan dar lugar a una sociedad civil con espíritu crítico, autoexigencia, independencia del poder político; menos dada al negocio fácil, al academicismo y al sectarismo, y con mayor capacidad para asumir riesgo y aprender de los errores. Es posible que así nos convirtamos en una sociedad más ambiciosa y más ilustrada, que deje atrás el peso negativo del pasado y los hábitos e ideologías que nos lastran. Puede parece difícil, pero, históricamente, en todas las sociedades humanas, la realidad que nos envuelve es impermanente y siempre puede ser cambiada.

Article publicat a Valencia Plaza el 21 de noviembre de 2010 http://www.valenciaplaza.com/ver/16208/Elites-ilustradas-e-ideolog%C3%ADa-valenciana-.html

2 d’oct. 2010

No son primarias, son internas

Los partidos políticos son el eje sobre el que gira el sistema democrático en España. A finales de los años 70, durante la transición, se consideró que eran organizaciones frágiles y de escasa tradición en nuestro país. Se fijaron entonces los mecanismos que permiten concentrar en muy pocas manos tanto el poder de decisión política como la gestión de cuantiosos recursos humanos y económicos, y una no menos importante capacidad de influencia. Progresivamente, estas organizaciones han ido monopolizando todo el espacio de la acción y la participación políticas. Sin embargo, siendo como son los instrumentos centrales de la democracia, paradójicamente, en su funcionamiento interno, los partidos no suelen favorecen ni la participación interna, ni el pluralismo, ni el debate crítico, ni la elección abierta de sus líderes y dirigentes.

Es cierto que la democracia interna en los partidos no es un problema únicamente español y afecta a casi todas las democracias europeas actuales, con la excepción quizás de Gran Bretaña y de Alemania; pero en la cultura política de España pesa mucho la traducción autoritaria y poco las liberaldemócratas y eso agrava la cuestión. La trivialización personalista de la política, el cesarismo en los partidos, la cooptación de los dirigentes y cuadros de las organizaciones buscando más la subordinación al líder que la lealtad crítica son práctica común. Por eso resulta extraño que el PSOE, siguiendo la estela del socialismo francés, introdujera en 1998 las primarias como posible modo de elección de sus candidatos a los ayuntamientos de más de 50.000 habitantes, a las comunidades autónomas y a la presidencia del Gobierno de España.

Vaya por delante que la elección directa y abierta de candidatos me parece una iniciativa positiva que se debería generalizar a todas las fuerzas políticas, y hacerla extensiva a todos los ámbitos y ocasiones independientemente de que se gobierne o no. Sin embargo, antes de calificar, sin más, las primarias del Partido Socialista como un proceso de participación democrática, habría que tener en cuenta algunas limitaciones de dicho proceso y deberíamos compararlas, asimismo, con las primarias de los Estados Unidos por ser las que acumulan una larga y exitosa experiencia de participación política ciudadana de forma directa y abierta.

En este sentido, a diferencia de lo que ocurre en los partidos estadounidenses que llevan a cabo primarias se gobierne o no, y no fijan barreras de entrada para concurrir al proceso electoral para ser candidato, la regulación interna socialista establece que es un mecanismo reservado para aquellos casos en los que no se gobierna y siempre que se supere una barrera de entrada muy elevada que consiste en obtener (cuando no se cuenta con el apoyo de la correspondiente dirección del partido) el 15% de los avales de la militancia en un plazo de tiempo breve.

Este hecho perjudica más que favorece al PSOE, habida cuenta que: primero, al no generalizar el procedimiento de elección de candidatos a todas las situaciones, da la sensación de limitarlo a los lugares donde hay crisis de liderazgo, y segundo, al establecer unas barreras que dificultan la entrada y competición de candidaturas distintas a la oficial, pueden acabar proyectando imágenes de miedo, nerviosismo y debilidad cuando la dirección de turno se sienta cuestionada.

Pero, más allá de las barreras y de las suspicacias que provoca este proceso de elección en las élites dirigentes de cada momento, lo más significativo es que en puridad no se trata de elecciones primarias, sino sólo de un mecanismo electoral interno. La base de este mecanismo de elección de candidatos en Estados Unidos es que, además de estar generalizadas, no son un procedimiento reservado a los afiliados de un partido, sino que en ellas participan simpatizantes y personas que dicen votar al partido e incluso, en algunos estados, cualquier ciudadano que se inscriba como elector independientemente de que tenga una mayor o menor simpatía por esa fuerza política.

Las primarias se convierten así, en el caso americano, en el paso primero y básico de la selección de dirigentes políticos. Un proceso en el que participa un número elevado de ciudadanos y en el que los contendientes están obligados a dialogar continuamente con sus electores, a llegar a acuerdos públicos y abiertos con otros dirigentes del partido o sectores de la sociedad civil organizada para, al final de meses de trabajo y contacto con la ciudadanía, convertirse en candidato de su partido. En el caso español, limitado por desgracia al PSOE, sólo participan los afiliados del partido y no pueden hacerlo ni los simpatizantes ni los votantes de esa fuerza política como en el caso estadounidense.

Y esto es importante por tres motivos. Primero, porque cuanto mayor número de votantes mayor es también la legitimidad democrática del proceso. Segundo, porque en España, la afiliación a los partidos es baja en proporción al número de votantes y de ciudadanos, y unas primarias abiertas reducirían la distancia entre las élites políticas y los ciudadanos. Tercero, porque el candidato elegido puede variar en función de quien toma la decisión: la dirección del partido, los militantes y afiliados o un porcentaje notable de votantes y ciudadanos.

Así, por ejemplo, Obama difícilmente habría sido presidente de Estados Unidos si la decisión hubiera quedado limitada a la dirección o a los afiliados del Partido Demócrata que apoyaban mayoritariamente a Hillary Clinton. Y se puede pensar que en la Comunidad de Madrid o en el caso más próximo de la ciudad de Valencia, la elección de los 35 miembros de la Ejecutiva Municipal del PSOE o la que tomen los 1.762 afiliados socialistas el próximo 3 de octubre no tenga por qué coincidir con la que llevarían a cabo buena parte de las 140.187 personas que votaron a dicho partido en Valencia en las últimas elecciones municipales si tuvieran la oportunidad de participar en un proceso abierto de primarias. Por eso, más que hablar de elecciones primarias, habría que hacerlo de elecciones internas limitadas a los afiliados del partido, donde evidentemente tienen un peso mayor los militantes más activos y los grupos organizados internamente, cuyos intereses directos en la elección no siempre coinciden con los de la ciudadanía. Ese es el riesgo de las elecciones internas.

Article publicat a Valencia Plaza el 2 de octubre de 2010 http://www.valenciaplaza.com/ver/8648/No-son-primarias--son-internas.html