Es mostren els missatges amb l'etiqueta de comentaris democràcia. Mostrar tots els missatges
Es mostren els missatges amb l'etiqueta de comentaris democràcia. Mostrar tots els missatges

10 de jul. 2014

Un país sin PP



Piden un lector y una lectora habituales de Comentaris Polítics que seamos más críticos con el PP. No es algo nuevo. Lo que llama la atención en este caso es que sus posiciones sean absolutamente inclementes en sus consecuencias. Y cabe añadir que un número creciente de comentarios en las redes sociales tienen este sentido. Para la salud de la democracia, tanto la política del PP como muchas de las críticas que se están articulando en su contra son fenómenos preocupantes.


¿Por qué no se ilegaliza al PP?

Sostiene el lector, persona de formación jurídica, que, de acuerdo con el artículo 10.2.a de la Ley de Partidos en vigor, la fiscalía pública debería proponer el enjuiciamiento del PP y su ilegalización. El artículo de la ley en cuestión afirma que “la disolución judicial de un partidos político será acordada por el órgano jurisdiccional competente … cuando incurra en supuestos tipificados como asociación ilícita en el Código Penal” y, según el artículo 155.1 del Código Penal son asociaciones ilícitas aquellas que tengan por objeto cometer algún delito o, después de constituidas, promuevan su comisión, así como las que tengan por objeto cometer o promover la comisión de faltas de forma organizada, coordinada y reiterada”.

6 de des. 2012

Freedom for Catalonia? (1)

Tres eleccions, tres Catalunyes?

Pel novembre, eleccions a Catalunya. 28N de 2010, CiU derrota les esquerres catalanes i governarà la Generalitat amb el suport del PP. 20N de 2011, CiU supera el PSC per primera vegada en unes eleccions generals i els principals partits estatals (PSOE i PP) sumen més que la resta. 25N de 2012, CiU guanya les eleccions, amb una distància enorme sobre el segon; però perd vots, escons i lideratge: en front, un panorama fragmentat. Dos anys, tres eleccions, tres realitats polítiques i, en l'horitzó, un referèndum.


Tres Catalunyes?

No hi ha tres Catalunyes diferents; però cada elecció dels últims dos anys mostra una fotografia singular de la realitat catalana. Els motius són diversos. Hi ha una dinàmica electoral canviant i bastant volàtil: les fluctuacions de vots a PSC, ERC, PP, C’s, SI i, fins i tot, ICV són molt elevades i només CiU manté un nombre de suports estable. Hi ha abstenció diferencial: electors que no voten en les generals i uns altres que no ho fan en les autonòmiques. La participació ha crescut en cada una de les convocatòries, i això vol dir que els votants concrets no són mai els mateixos. I també perquè el creixement del sobiranisme i l’unitarisme està alterant el sistema polític català.

6 de juny 2012

Alberto Fabra i l'amenaça asturiana

Instal·lats en un estat d’emergència econòmica permanent, cansats d’una gestió de la crisi injusta que fa que els ciutadans paguem els abusos dels bancs i els rics tinguen cada vegada més beneficis, emporugits per l’evolució de la prima de risc, desconfiats d’un govern espanyol incompetent i una oposició perduda, astorats per la incapacitat d’Europa per a ser Europa, esperant Grècia i enyorant Islàndia. Parlar de la política valenciana i de les expectatives de futur del president Fabra semblen coses poc urgents. Potser. Però per als que vivim ací continuen sent necessàries.

Divendres 18 de maig. Falta poc perquè comence el congrés regional del PPvalencià. Alberto Fabra, després de 10 mesos presidint el partit per decisió de Rajoy, està a punt de ser ratificat en el càrrec pels seus correligionaris. El gruix dels delegats i dirigents es prepara per a viure uns dies amb l’única emoció de la batalla entre Castellano i Rus. Domina l’ambient la còmoda inòpia que genera el control institucional i pressupostari quasi absolut que el PP té a la societat valenciana. La crisi econòmica pareix no afectar-los. L’origen social, els cotxes oficials i els sous generosos aqueten la visió d’una realitat cada vegada més dura.

19 de juny 2011

Como no somos ángeles, control y transparencia

"Si los hombres fueran ángeles no serían necesarios ni los controles externos ni los internos sobre el gobierno". La afirmación es de James Madison, cuarto presidente de los Estados Unidos. La hizo en The Federalist Papers, a finales del siglo XVIII, y, con ella, se establecía una de las bases más sólidas de los sistemas democráticos. Después se afirmaron el gobierno representativo y responsable, la obligación de que las mayorías respeten a las minorías, y la necesidad de garantizar la mayor igualdad posible de derechos y oportunidades a todos ciudadanos, sin conculcar las libertades individuales y la autonomía personal. Son las premisas democráticas básicas. Están en permanente tensión y son de difícil armonía. De ellas derivan las democracias reales que tenemos, unos sistemas imperfectos, siempre amenazados y siempre mejorables, como la condición humana. 

Es curioso que en los debates que ha abierto en España la irrupción del 15-M no se hable casi del control del poder. La atención se concentra en la representatividad de los políticos y su alejamiento de la sociedad. En paralelo, se multiplican las propuestas de reformas electorales. El 15-M pide un cambio de la Ley Electoral General para aumentar la proporcionalidad del Congreso de los Diputados. Camps anuncia que la ley electoral valenciana establecerá circunscripciones unipersonales. Esperanza Aguirre quiere regular para Madrid las listas abiertas.

En principio, las listas abiertas pueden reducir el poder de los aparatos internos de los partidos a favor de los ciudadanos, pero su utilidad para regenerar a fondo la vida política es limitada. Aumentar la proporcionalidad de los parlamentos es algo lógico si creemos en el valor igual de cada voto, IU y UPyD tendrían más diputados, el PP y el PSOE menos; pero no alteraría el poder de los aparatos de los partidos y podría reducir la estabilidad de los gobiernos, lo que acostumbra a empeorar la percepción ciudadana de los políticos.

La iniciativa de Camps parece ir a contracorriente. Es criticable y con difícil apoyo estatutario si lo que se pretende es generalizar el sistema unipersonal a una vuelta para la elección de todos los diputados. Una reforma de estas características eliminaría la representación de las minorías políticas y, en estos momentos, daría un poder casi total al PP (posiblemente más de 85 diputados del total de 99). El poder de los aparatos partidistas permanecería intacto, mientras se expulsaría a demasiados ciudadanos del sistema democrático al no sentirse representados, justo lo contrario de lo se está pidiendo.

Distinto sería que la propuesta pretendiese limitar las circunscripciones unipersonales a la elección en doble vuelta de, por ejemplo, la tercera parte de los diputados sobre una base comarcal y dejar la elección del resto para un sistema proporcional y con una barrera electoral provincial del 3%. Se favorecería, así, la existencia de gobiernos fuertes y la presencia parlamentaria estable de la pluralidad política existente en la sociedad. Pero, también en este caso, el poder de la partitocracia permanecería intacto.

Hay que considerar que, aunque sean positivas las reformas electorales, algunos de los puntos más débiles y preocupantes de la democracia en España no se encuentran ahí, sino en los mecanismos de selección y mantenimiento de las élites políticas, en la substitución del debate abierto por la repetición crispada de argumentarios partidistas, y, sobre todo, en la falta de instrumentos y cultura sólida de control y exigencia de transparencia al poder político.

En España no votamos directamente a nuestros representantes en ningún tipo de elección. Votamos a partidos. Para ir en la lista que un partido propone, los aspirantes compiten en su interior. Las formas democráticas y abiertas son poco comunes en los partidos, el peso de las dinámicas de adhesión y fidelidad al líder es muy superior a la valoración del mérito y la capacidad. El resultado es una selección de políticos con escasa trayectoria profesional, académica y política fuera de los partidos. Buena parte de los diputados de todos los grupos de las Corts Valencianes y de los concejales de los principales ayuntamientos responden a este patrón selectivo. El problema es grave, pero no se aborda.

Con todo, hay que recordar que no existe democracia sin control de los gobiernos. Fiscalizar al poder es siempre necesario, mucho más en época de crisis, de transferencia de dinero público al sector financiero y de recortes de servicios e inversiones. No es bueno dejar las manos libres al poder, por muy legítimo que sea y muchos votos que tenga. No se trata de que creer que los políticos son gente especialmente corrupta o perversa. Se trata de no olvidar que el dinero que gestionan es nuestro y que lo que hacen con él siempre afecta directa o indirectamente a nuestras vidas. Las decisiones políticas nunca son neutras ni acostumbran a favorecer a todos los grupos sociales y personas con la misma intensidad. Por eso es imprescindible conocer qué es lo que hacen los gobiernos.

Sería una auténtica revolución que el futuro Gobierno valenciano hiciese anualmente balances de gestión. Que ministerios, ayuntamientos y comunidades autónomas diesen información detallada en sus web de las líneas de gobierno, de sus compromisos y de cómo están llevando a cabo su ejecución. Que existiese una agencia de control presupuestario en las Corts donde fuera mayoritaria la oposición política. Que los parlamentos no tuviesen que enfrentarse al obstruccionismo del gobierno a la hora de fiscalizar y revisar sin demagogia la gestión pública. Y, finalmente, que se contase con sistemas de evaluación de las políticas públicas que se platearan rigurosamente el impacto global de las políticas y el gasto público. Eso mejoraría la calidad y el rendimiento de nuestra democracia. Buena parte de nuestro déficit democrático tiene que ver con la falta de transparencia y de control profundo de la acción de gobierno.

Esta legislatura empieza con un ambiente general enrarecido. Un momento para políticos y personas con altura de miras, valentía y voluntad de liderazgo. Por lo visto hasta el momento, la peor crisis mundial desde 1929, nos coge con políticos preparados para gobernar en tiempos de crecimiento económico fácil, poco dados al control exhaustivo de su acción de gobierno y con nula capacidad de liderazgo ante las dificultades. El resultado de una pobre selección de elites.

Quizás, por ello, el G-30 está desaparecido, el todopoderoso y hace tres años rutilante Obama carece de capacidad de maniobra. En Europa ni Merkel ni Sarkozy ni Cameron, por citar los dirigentes de las principales economías, parecen tener interés o ideas para encabezar un proyecto europeo que vaya más allá de salir del paso ante cada sobresalto que sufre el euro. En España, los líderes ni están ni se les espera, salvo milagros. Algo similar ocurre en la Comunidad Valenciana. Tiempo de transición.

29 de maig 2011

Yo también me he indignado y... ¿ahora qué?

Debo decir que respeto profundamente la trayectoria personal de Hessel, autor del best seller ¡Indignaos!, pero no comparto su llamamiento a la indignación general como forma de acción política contra el asalto al Estado del Bienestar y a la democracia que, en su opinión, está llevando a cabo el capitalismo financiero y especulativo sin que nuestros representes políticos y gobiernos hagan nada. El caso es que desde la lectura de su opúsculo, no sólo escucho la palabra "indignado" continuamente, sino que, de repente, me he dado cuenta de que vivo en una sociedad repleta de indignados, siempre preparados para enfadarse por algo y contra alguien.


El dueño del bar donde tomo café está indignado por la Ley Antitabaco y los impuestos, por la falta de clientes, por la crisis y por un sin fin de cosas más, que cambian y aumentan cada día que pasa. Mis vecinos de finca también lo están, unos por el ruido y el tráfico, otros por la presencia de inmigrantes en el barrio, los hay que lo están porque los jóvenes no tienen oportunidades, porque los bancos no dan créditos, por el paro y por la corrupción. 

En el trabajo hay indignados de todos los colores: contra Zapatero y su levedad política, contra que Rajoy sea presidente sin decir qué quiere hacer y cómo, contra Merkel y el egoísmo alemán, contra Camps que tiene el poder y no gobierna, contra Alarte y su arrogancia insustancial, contra los jueces, la clase política, la izquierda y la derecha, el recorte del Estado del Bienestar, la claudicación de la socialdemocracia, el neoliberalismo, los ataques a la Iglesia Católica, la legalización de Bildu y hasta la telebasura que nos atonta.

Los motivos de indignación son inacabables y contradictorios; pero lo cierto es que no hay más que gente indignada en todas partes. Y, sin embargo, tanta capacidad crítica no se traduce habitualmente en nada: tenemos una sociedad civil subvencionada, y una ciudadanía mayoritariamente apática, desafecta y de normal complaciente con el poderoso y sus abusos.

La crisis ha generado malestar y es éste creciente. El 15-M ha sacado a la calle mucho del disgusto social y político existente, y eso ya es positivo. Algo se mueve. Hasta el momento las voces dominantes en este heterogéneo movimiento parecen apostar por un radicalismo democrático que regenere las instituciones y la forma de hacer política (el 15-M en Madrid pide básicamente: reforma electoral, lucha contra la corrupción, separación efectiva de los poderes públicos y mecanismos de control ciudadano para la exigencia efectiva de responsabilidad política), y la profundización de las políticas sociales (las reivindicaciones del 15-M de Barcelona, además del radicalismo democrático, insisten -más que en Madrid- en la necesidad de fortalecer las políticas sociales, hacer reformas fiscales, mejoras del mercado laboral, cambiar las prioridades del gasto público y proteger el medio ambiente).

Muchas de las cosas que dicen son razonables y necesarias, otras discutibles y algunas despropósitos; pero, en cualquier caso, no deberían ser ignoradas por la partitocracia dominante, expresan una voluntad de mejora del sistema político y social que tendría que ser escuchada y entendida. Nada más y nada menos. Del 15-M no se pueden esperar soluciones a una crisis de carácter sistémico a la que ningún gobierno occidental ha sabido hacer frente hasta ahora.

El movimiento, pacífico y con capacidad autoorganizativa, ha puesto de manifiesto también el valor de las redes sociales de Internet como nueva forma de comunicación y de acción política de carácter horizontal, transversal, inmediato y más trasparente. Algo que contrasta con la práctica habitual de los partidos, sindicatos, instituciones y empresas tradicionales, que siguen comunicándose en Internet de la misma manera que fuera de la red: de modo jerárquico, oscuro, ególatra, anquilosado y lento, mirando con desconfianza a los ciudadanos.

Con todo, a pesar de su capacidad de movilización y la repercusión mediática, hay que hacer tres observaciones sobre el 15-M. Primera, es un fenómeno protagonizado por minorías, que de momento es observado por la inmensa mayoría de la población con una cierta simpatía; pero que es visto con recelo por los principales partidos y grupos de poder, y con sincera hostilidad en sectores conservadores de la sociedad. Segunda, si se observa de cerca los impulsos del movimiento, se tiene la impresión de que es como una gran estación de ferrocarril: hay mucho ruido, muchos trenes, pero cada uno de ellos tiene un recorrido y un destino distinto y no siempre van la misma dirección. El movimiento es demasiado heterogéneo y difuso, y será difícil que tenga continuidad, liderazgos y sentido claros cuando las acampadas empiecen a decaer y los medios de comunicación desvíen su atención hacia otros temas. Y tercera, las acampadas tienen mucho de espontáneo y vitalista, y sus propuestas son lógicamente genéricas (aunque menos que las de algunos partidos). Para su realización es necesario trabajo, y recursos humanos y económicos a lo largo de un tiempo largo; y el 15-M tiene, como todo movimiento de estas características, una pulsión por conseguir sus objetivos de manera inmediata. Las expectativas y objetivos de los participantes en el 15-M son demasiado elevadas a corto plazo teniendo en cuenta el grado de estructuración y la limitada capacidad de presión del movimiento y eso es terreno abonado para la decepción. 

Afirma el filósofo francés Comte-Sponville que el principal reto de las personas es gestionar nuestras expectativas. Tendemos, de natural, a esperar demasiado de las cosas y de la gente, esperamos que los otros solucionen nuestros problemas, analizamos mal, nos dejamos llevar por las emociones irracionales y un día al mirarnos en el espejo comprobamos que lo que creíamos que iba a pasar no ha ocurrido y nos sentimos decepcionados. Entonces, en vez de cambiar nuestra forma de pensar y hacer las cosas, caemos en la apatía, el cinismo, la arrogancia o corremos de nuevo tras otra ilusión sin fundamento.

Y creo que un movimiento de indignados, si sólo es eso, una eclosión, una suma de anónimos en las redes sociales, generará frustración y más desconfianza en la política democrática, pluralista y compleja. Más rechazo populista a todos los políticos, y nuevos brotes de indignación en el futuro, aunque con formas y objetivos distintos. Y, finalmente, la consolidación de una lógica de acción colectiva dispersa y desestructurada que beneficie a quienes han provocado esta crisis y no la sufren.

Los estallidos de indignación no son la solución, son la manifestación de un malestar creciente. La transformación y mejora de la sociedad depende más de los cambios silenciosos, de la organización, la discusión argumentada, el análisis y el esfuerzo que de explosiones de indignación. Yo también me he indignado y... ¿ahora qué? Más ciudadanos conscientes y activos, y menos indignados. Ese es el reto.

3 d’abr. 2011

¿Cuántos estúpidos gobiernan el mundo...?


Recientemente se ha reeditado el ensayo 'Las leyes fundamentales de la estupidez humana' que el historiador y economista Carlo M. Cipolla escribiera en 1988. Son leyes intemporales, pero hay épocas como la actual y realidades concretas tan dispares como la crisis económica actual o la situación política valenciana, por citar algunos casos, en las que se hace necesario recurrir a ellas para entender algo de lo que nos está pasando.

Las leyes son cinco. Primera: siempre y en todo lugar se subestima el número de estúpidos en circulación; segunda: la probabilidad de que una persona sea estúpida es independiente de cualquier otra característica que posea (raza, sexo, religión, ideas políticas, nivel de estudios, profesión, estatus social, riqueza, nivel de responsabilidad, etc.); tercera: una persona estúpida es quien causa pérdidas a otras personas sin obtener ninguna ganancia para sí mismo y generándose habitualmente perjuicios; cuarta: las personas no estúpidas subestiman siempre el potencial nocivo de las estúpidas porque se olvidan de que en cualquier momento, lugar y circunstancia, tratar o asociarse con individuos estúpidos es infaliblemente un enorme y grave error. Quinta y última: el estúpido es el prototipo de persona más peligroso que existe para cualquier grupo humano.

En este sentido, Cipolla distingue cuatro tipos básicos de seres humanos en la acción colectiva; a saber: las personas inteligentes que son los que actuando para obtener provecho propio generan beneficios colectivos (ganan ellos y hacen ganar a los demás); los ingenuos e incautos que generan beneficios a los demás, aunque ellos suelan salir perdiendo (pierden ellos y hacen ganar a los demás); los malvados que sólo saben obtener provecho generando perjuicios iguales o mayores en los otros (ganan ellos y hacen perder a los demás), y, finalmente, los estúpidos, quienes cuando actúan, independientemente de las intenciones que tengan, sólo generan perjuicios a ellos mismos y colectivamente (pierden ellos y hacen perder a los demás).

Hay que tener en cuenta, insistía el economista italiano, que contrariamente a lo que se pueda pensar en un primer momento, para todo grupo y sociedad es más contraproducente una persona estúpida que una persona malvada. La malvada es racional y, por tanto, previsible, y además produce algún tipo de beneficio aunque sea egoísta, fraudulento y socialmente perseguible. La estúpida no, es imprevisible, ante ella solemos estar desarmados puesto que tendemos a confiarnos y a no ser precavidos, y, cuando llevan a cabo una acción pública, sólo hay pérdidas y toda la sociedad entera se empobrece.

Pero, si la proporción de estúpidos es similar en todo grupo humano, ¿qué pasa con las élites de poder de un país (gobiernos, partidos, sindicatos, grupos de empresarios, universidades, etc.)? Para Cipolla, la diferencia principal entre un grupo humano en ascenso y otro en decadencia no está en el número de estúpidos existentes, sino en su importancia en los órganos de decisión. En las sociedades en ascenso, las personas en el poder tienen un porcentaje insólitamente alto de individuos inteligentes que procuran controlar a los estúpidos y excluir a los malvados e incautos, con lo que producen a la comunidad ganancias suficientes como para que el progreso colectivo sea un hecho. Por el contrario, en las sociedades y grupos humanos en decadencia, entre los individuos en el poder se observa una alarmante proliferación de malvados, una disminución igualmente preocupante de los incautos y de los inteligentes y un escaso control sobre los estúpidos: lo que refuerza el poder relativo de los estúpidos y conduce cualquier sociedad o grupo humano a la ruina.

Llegados a este punto, deberíamos preguntarnos en manos de quién estamos tanto en el ámbito global como en el local e inmediato. Cuestionémonos si tiene sentido que los ejecutivos de entidades financieras internacionales, agencias de calificación o de rating (supuestamente independientes, pero cuyos socios son jueces y parte), grandes bancos y entidades similares que provocaron una burbuja financiera e inmobiliaria descomunal, que desembocó en la crisis que todos padecemos, sigan en sus puestos, ganando cifras obscenas de dinero. Preguntémonos cómo es posible que sean esos mismos ejecutivos y sus expertos quienes dirijan la salida de la crisis en beneficio propio, obteniendo sumas ingentes de los estados (es decir, de todos) y de la economía productiva; actuando descaradamente en contra de los intereses, bienes, ahorros y los servicios del Estado de Bienestar de una mayoría de la población cada vez más irritada y atemorizada. No parece que globalmente estemos en manos de los inteligentes. De hecho, cuanto más sabemos sobre el modo de vida, forma en la que toman las decisiones y ética de dichos ejecutivos más evidente se hace muchas de sus iniciativas obedecen a lógicas perversas (malvadas, en terminología de Cipolla) o, simplemente, estúpidas.

Del mismo modo, valdría la pena dejar a un lado los discursos autocomplacientes al uso y considerar si la Comunidad Valenciana es una sociedad en ascenso o en retroceso relativo. Deberíamos mirar, con sentido de la responsabilidad, nuestros indicadores de productividad, las características del mercado laboral, la pérdida de peso del PIB valenciano en el conjunto de España y la Europa avanzada, la estructura de nuestro tejido productivo, la capacidad de innovación tecnológica, centros de investigación y el nivel de nuestras universidades, los servicios sanitarios, educativos, de atención a la dependencia, la urbanización y gestión del territorio o nuestra capacidad de gestionar (y perder) de capital humano bien formado, mientras atraemos mano de obra poco cualificada. Deberíamos preguntarnos si, a pesar del crecimiento económico y de estar viviendo en una de las zonas más ricas y opulentas, no estamos más cerca de convertirnos en una sociedad en retroceso relativo, a la manera de Italia, que en una sociedad en ascenso.

Y, del mismo modo, deberíamos preguntarnos si las elites actualmente en el poder, quienes forman parte de nuestros grupos dirigentes en los ámbitos sociales, económicos, intelectuales o políticos (tanto en el gobierno de la Generalitat como en los partidos de la llamada oposición y en el conjunto de la sociedad valenciana), están dominadas por gente inteligente o en el peor de los casos incauta, o si por el contrario crece el peso relativo y destructivo de los estúpidos y los malvados. Mucho me temo que, si somos sinceros con nosotros mismos, debemos considerar que empiezan a sobrarnos malvados, aprovechados de todo tipo, estúpidos e incautos en los puestos de mando: baste observar como se inauguran aeropuertos, maquetas de hospitales o nos embelesamos con trenes caros y deficitarios que no nos acercan a Europa.


Es preciso empezar a cambiar, en las elites y en la sociedad, asumiendo que los ciudadanos no somos ángeles, que no tenemos los dirigentes que nos merecemos, sino que tenemos los dirigentes más parecidos a lo que somos. Es preciso indignarse, exigir a nuestras elites; pero también tener sentido individual de nuestra responsabilidad colectiva. En caso contrario, quizás, en unos años, nos encontraremos, parafraseando al protagonista de Vargas Llosa en 'Conversaciones en la catedral', preguntándonos ¿en qué momento se jodió la Comunidad Valenciana? y, lo peor, sin saber encontrar la respuesta.


21 d’oct. 2010

Elites ilustradas e ideología valenciana

Hace unas semanas, el periodista Benigno Camañas se preguntaba "¿dónde está, en estos momentos de crisis, la burguesía valenciana ilustrada?". O lo que casi es lo mismo, ¿qué dicen y qué hacen, en términos colectivos, nuestras elites, la llamada sociedad civil, las universidades, los medios de comunicación, las múltiples asociaciones, fundaciones y ONGs o los empresarios, por no hablar de las castas políticas o sindicales? La pregunta es adecuada. La respuesta difícil. El primer problema es que -seamos sinceros- en las últimas décadas, las burguesías valencianas no han hecho gala de ser ilustradas. De hecho, se ha llegado a decir que si es burguesía y es valenciana no es ilustrada, y que si es ilustrada y burguesía, no puede ser valenciana. La ironía es cruel e injusta para una parte de las elites valencianas; pero, en términos colectivos, es descriptiva y no deja de ser acertada, por desgracia.

Las realidades negativas o insuficientes solo se cambian cuando se asume su existencia. En consecuencia, en la Comunidad Valenciana deberíamos empezar a asumir, para cambiarlo, que el conjunto de nuestras elites no anda sobrado de ilustración y que tanto sus conocimientos prácticos generales, como su cultura, valores y los sistemas de intereses, visiones del mundo, estrategias y objetivos son más bien alicortos y, a menudo, contradictorios. Deberíamos admitir, además, que colectivamente hablando, tendemos a sobrevalorar lo que hacemos, a no buscar la excelencia y a tener poca ambición y autoexigencia. 

Con demasiada frecuencia, queremos que nos miren, llamar la atención de los otros y sacar pecho con grandes fastos, negocios fáciles o proyectos mediocres de envoltorio lujoso; y luego, cuando se muestran las deficiencias, arrugarnos pronto y correr a refugiarnos en la grandilocuencia de las declaraciones y el victimismo incongruente. Esa es la ideología dominante en nuestras elites. Una ideología infantil e irresponsable; pero con la que hay quien obtiene grandes beneficios económicos y políticos, aunque los valencianos y la Comunidad Valenciana salgan perdiendo. Quizás así se explica por qué nuestra sociedad civil y las elites guardan silencio en medio de una crisis profunda del sistema económico y con un panorama político paralizado, opaco, lleno de escándalos de corrupción, y sin expectativas de mejora.

Pongamos un ejemplo. Hace muy poco, se acuerda una Estrategia de Política Industrial que desempolva los ya viejos tópicos de la necesidad de cambiar el modelo productivo, de apostar por la industria y la innovación, mientras se deja atrás un crecimiento centrado casi exclusivamente en el urbanismo descontrolado. Suena bien; por eso no hay discurso público que se precie que no recurre a estos tópicos; aunque es poco creíble, y no solo porque los recursos de la Generalitat sean magros, sino porque aquí, entre nosotros, predominan las prácticas reacias a la innovación y al riesgo, se estigmatizan los fracasos en las experiencias emprendedoras o formativas, que en los países emprendedores son la base del aprendizaje creativo, y se prefiere el negocio fácil al esfuerzo mantenido en el tiempo. Se castiga de hecho, lo que se dice pretender.

En mi opinión, las causas principales de la falta de talla colectiva de las elites burguesas de la Comunidad Valenciana y de su ideología predominante son tres: una identidad negativa, el conformismo y la dependencia de los recursos públicos. Desde hace décadas, las elites valencianas se han venido definiendo a la contra, sobre la negación o la oposición hacia todo lo que nos vinculara con nuestro espacio cultural e histórico más próximo y eso las ha llevado a negar la razón ilustrada, a enfrentamientos (impensables en las sociedades democráticas) con las universidades y a una determinación de objetivos estratégicos políticos y económicos más pendientes de nuestra relación con Madrid que de nuestra posición en Europa, además de dificultar el impulso de proyectos colectivos en positivo y con un apoyo social amplio, activo y cualificado. Y eso nos cuesta dinero en forma de redes de comunicaciones inadecuadas, y de pérdida de inversiones y de recursos humanos cualificados que abandonan nuestra comunidad. 

Del mismo modo, las elites valencianas han abrazado y han hecho bandera de nuestra condición de espacio periférico y segundón en el ámbito español y europeo. Han sido activas, pero lo han sido en un marco espacial e intelectual limitado. Visto con perspectiva histórica es algo normal, porque las elites burguesas valencianas se integraron, protagonizaron y se beneficiaron provincianamente del proyecto burgués de estado-nación español. Pero el mundo cambia y muchas de las cosas que han tenido sentido en el pasado, ya no lo tienen o, al menos, no de la misma manera. Seguir de manera conformista, reivindicándonos como segundones y periféricos es arrinconarnos y perder el futuro y, si no reaccionamos, vamos camino de conseguirlo. Sólo hay que mirar la evolución comparada de nuestros indicadores económicos o la pérdida de calidad de los servicios valencianos de bienestar colectivo.

Pero, además, en las últimas décadas se han añadido elementos que explican la falta de pulso y exigencia de nuestras elites. Se ha impuesto la cultura de lo inmediato, el recurso a la subvención pública graciable y las nuevas formas de clientelismo. Lo que convierte cada vez más a la llamada sociedad civil organizada en un campo propicio para las corruptelas, negocios privados con dinero público o la ética oportunista y de geometría cambiable y sectaria. Todo eso nos debilita, nos hace perder recursos, nos empobrece colectiva e individualmente.

Llegados a este punto, se impone preguntarnos: ¿cómo podemos salir más fuertes y más cohesionados socialmente de la actual crisis? A corto plazo, no se puede esperar demasiado de una sociedad organizada subvencionada y con escasa autonomía de un poder político que presenta un panorama desalentador tanto si miramos a un Gobierno Valenciano sin fuelle ni liderazgo y a una oposición carente de un discurso claro y estrategia solvente. Para salir más fuertes del momento actual habrá que empezar a confiar en aquellos sectores sociales y ciudadanos, hoy minoritarios y poco estructurados, que puedan dar lugar a una sociedad civil con espíritu crítico, autoexigencia, independencia del poder político; menos dada al negocio fácil, al academicismo y al sectarismo, y con mayor capacidad para asumir riesgo y aprender de los errores. Es posible que así nos convirtamos en una sociedad más ambiciosa y más ilustrada, que deje atrás el peso negativo del pasado y los hábitos e ideologías que nos lastran. Puede parece difícil, pero, históricamente, en todas las sociedades humanas, la realidad que nos envuelve es impermanente y siempre puede ser cambiada.

Article publicat a Valencia Plaza el 21 de noviembre de 2010 http://www.valenciaplaza.com/ver/16208/Elites-ilustradas-e-ideolog%C3%ADa-valenciana-.html

2 d’oct. 2010

No son primarias, son internas

Los partidos políticos son el eje sobre el que gira el sistema democrático en España. A finales de los años 70, durante la transición, se consideró que eran organizaciones frágiles y de escasa tradición en nuestro país. Se fijaron entonces los mecanismos que permiten concentrar en muy pocas manos tanto el poder de decisión política como la gestión de cuantiosos recursos humanos y económicos, y una no menos importante capacidad de influencia. Progresivamente, estas organizaciones han ido monopolizando todo el espacio de la acción y la participación políticas. Sin embargo, siendo como son los instrumentos centrales de la democracia, paradójicamente, en su funcionamiento interno, los partidos no suelen favorecen ni la participación interna, ni el pluralismo, ni el debate crítico, ni la elección abierta de sus líderes y dirigentes.

Es cierto que la democracia interna en los partidos no es un problema únicamente español y afecta a casi todas las democracias europeas actuales, con la excepción quizás de Gran Bretaña y de Alemania; pero en la cultura política de España pesa mucho la traducción autoritaria y poco las liberaldemócratas y eso agrava la cuestión. La trivialización personalista de la política, el cesarismo en los partidos, la cooptación de los dirigentes y cuadros de las organizaciones buscando más la subordinación al líder que la lealtad crítica son práctica común. Por eso resulta extraño que el PSOE, siguiendo la estela del socialismo francés, introdujera en 1998 las primarias como posible modo de elección de sus candidatos a los ayuntamientos de más de 50.000 habitantes, a las comunidades autónomas y a la presidencia del Gobierno de España.

Vaya por delante que la elección directa y abierta de candidatos me parece una iniciativa positiva que se debería generalizar a todas las fuerzas políticas, y hacerla extensiva a todos los ámbitos y ocasiones independientemente de que se gobierne o no. Sin embargo, antes de calificar, sin más, las primarias del Partido Socialista como un proceso de participación democrática, habría que tener en cuenta algunas limitaciones de dicho proceso y deberíamos compararlas, asimismo, con las primarias de los Estados Unidos por ser las que acumulan una larga y exitosa experiencia de participación política ciudadana de forma directa y abierta.

En este sentido, a diferencia de lo que ocurre en los partidos estadounidenses que llevan a cabo primarias se gobierne o no, y no fijan barreras de entrada para concurrir al proceso electoral para ser candidato, la regulación interna socialista establece que es un mecanismo reservado para aquellos casos en los que no se gobierna y siempre que se supere una barrera de entrada muy elevada que consiste en obtener (cuando no se cuenta con el apoyo de la correspondiente dirección del partido) el 15% de los avales de la militancia en un plazo de tiempo breve.

Este hecho perjudica más que favorece al PSOE, habida cuenta que: primero, al no generalizar el procedimiento de elección de candidatos a todas las situaciones, da la sensación de limitarlo a los lugares donde hay crisis de liderazgo, y segundo, al establecer unas barreras que dificultan la entrada y competición de candidaturas distintas a la oficial, pueden acabar proyectando imágenes de miedo, nerviosismo y debilidad cuando la dirección de turno se sienta cuestionada.

Pero, más allá de las barreras y de las suspicacias que provoca este proceso de elección en las élites dirigentes de cada momento, lo más significativo es que en puridad no se trata de elecciones primarias, sino sólo de un mecanismo electoral interno. La base de este mecanismo de elección de candidatos en Estados Unidos es que, además de estar generalizadas, no son un procedimiento reservado a los afiliados de un partido, sino que en ellas participan simpatizantes y personas que dicen votar al partido e incluso, en algunos estados, cualquier ciudadano que se inscriba como elector independientemente de que tenga una mayor o menor simpatía por esa fuerza política.

Las primarias se convierten así, en el caso americano, en el paso primero y básico de la selección de dirigentes políticos. Un proceso en el que participa un número elevado de ciudadanos y en el que los contendientes están obligados a dialogar continuamente con sus electores, a llegar a acuerdos públicos y abiertos con otros dirigentes del partido o sectores de la sociedad civil organizada para, al final de meses de trabajo y contacto con la ciudadanía, convertirse en candidato de su partido. En el caso español, limitado por desgracia al PSOE, sólo participan los afiliados del partido y no pueden hacerlo ni los simpatizantes ni los votantes de esa fuerza política como en el caso estadounidense.

Y esto es importante por tres motivos. Primero, porque cuanto mayor número de votantes mayor es también la legitimidad democrática del proceso. Segundo, porque en España, la afiliación a los partidos es baja en proporción al número de votantes y de ciudadanos, y unas primarias abiertas reducirían la distancia entre las élites políticas y los ciudadanos. Tercero, porque el candidato elegido puede variar en función de quien toma la decisión: la dirección del partido, los militantes y afiliados o un porcentaje notable de votantes y ciudadanos.

Así, por ejemplo, Obama difícilmente habría sido presidente de Estados Unidos si la decisión hubiera quedado limitada a la dirección o a los afiliados del Partido Demócrata que apoyaban mayoritariamente a Hillary Clinton. Y se puede pensar que en la Comunidad de Madrid o en el caso más próximo de la ciudad de Valencia, la elección de los 35 miembros de la Ejecutiva Municipal del PSOE o la que tomen los 1.762 afiliados socialistas el próximo 3 de octubre no tenga por qué coincidir con la que llevarían a cabo buena parte de las 140.187 personas que votaron a dicho partido en Valencia en las últimas elecciones municipales si tuvieran la oportunidad de participar en un proceso abierto de primarias. Por eso, más que hablar de elecciones primarias, habría que hacerlo de elecciones internas limitadas a los afiliados del partido, donde evidentemente tienen un peso mayor los militantes más activos y los grupos organizados internamente, cuyos intereses directos en la elección no siempre coinciden con los de la ciudadanía. Ese es el riesgo de las elecciones internas.

Article publicat a Valencia Plaza el 2 de octubre de 2010 http://www.valenciaplaza.com/ver/8648/No-son-primarias--son-internas.html


21 de set. 2010

Escándalos, corrupción y votos

Con motivo de las primarias del PSPV-PSOE, en las últimas semanas hemos asistido a un cierto debate sobre si un partido político debe denunciar activamente los casos de corrupción política que se producen en la Comunidad Valenciana, si ese debe de ser el centro de su discurso y actuación política, y, finalmente, si produce beneficios electorales para el partido denunciante. Lo planteado es de enorme interés, aunque la discusión haya quedado circunscrita a las filas socialistas y haya sido de corto recorrido.

En mi opinión, hay una respuesta distinta para cada una de las cuestiones apuntadas. A la pregunta de si un partido político debe denunciar activamente los casos de corrupción política, la respuesta, si creemos en los valores democráticos, no puede ser más que un rotundo e inequívoco sí. No se puede especular con el hecho de que hay corrupción de primer, de segundo o de tercer grado. Existe corrupción o no, y cuando existe eso es grave para el funcionamiento de una sociedad y de la democracia.

Y en el caso valenciano, aunque pueda ser legítimo tener la convicción de la ausencia de enriquecimiento personal o incluso de la honradez privada de personas implicadas en los escándalos de corrupción y financiación irregular que afectan al PP valenciano, lo cierto es que política y públicamente la mayor parte de los implicados deberían haber dimitido hace mucho de sus responsabilidades públicas. De hecho, teniendo en cuenta sólo alguna de las conversaciones publicadas, en cualquier país con una cultura democrática seria, la dimisión habría sido la salida digna y honesta a una situación como la actual que degrada las instituciones autonómicas y la imagen de la Comunidad Valenciana en el resto de España y en Europa.

Sin embargo, denunciar la corrupción, por muy grave que ésta sea y por mucho que afecte directamente a la cúpula dirigente del partido que gobierna actualmente la Generalitat, no debería ser el eje y casi la causa única de las fuerzas políticas que son oposición en la Comunidad Valenciana por dos motivos íntimamente relacionados entre sí: por razones de estrategia política y por la percepción que amplios sectores de la sociedad tienen de la política y, sobre todo, de los políticos.

Que un partido concentre su apuesta estratégica en un solo tema suele ser arriesgado y, casi siempre, en contra de la opinión de los interesados directores de marketing, un error político. Hacerlo en la corrupción política representa un riesgo doble y, por ende, una equivocación mayor. La corrupción política es un hecho éticamente deleznable y un cáncer para la salud democrática y cívica de cualquier país; pero en las sociedades mediterráneas de tradición católica (y se podría extender la consideración a las sociedades de las orillas ortodoxa y musulmana del Mediterráneo) buena parte de sus ciudadanos, sino una notable mayoría, tienen ante la corrupción política una actitud entre fatalista, sectaria y cínica.

Fatalista porque se ve el fenómeno como algo intrínseco al ejercicio de la política. SectariaCínica porque se atribuye a los políticos, de manera genérica y sin la más mínima prueba, la idea de que son gente corrupta o más fácilmente maleable y después se mira hacia otro lado cuando se conocen corruptelas en los respectivos ámbitos de relación o trabajo, sobre todo cuando se creen o se sienten beneficiados por la situación. Todo ello agravado, en la sociedad española, por el hecho de que quien se considera de derechas castiga menos la corrupción de sus filas, y quien se autodefine de izquierdas tiende a castigar a los suyos tanto por la corrupción propia como por la ajena. porque tienden a valorar de manera distinta la que se produce entre quienes son más próximos políticamente, que se suele ignorar o justificar, y aquella que se da en los otros partidos, que mueve a la irritación y a la crítica inclemente.

Este hecho entra en relación con la tercera de las cuestiones planteadas en el debate: si la denuncia de los casos de corrupción puede o no producir beneficios electorales al partido denunciante y si, en consecuencia, los electores castigan a los políticos corruptos. La respuesta es que no necesariamente. En primer lugar, la denuncia en el ámbito jurídico, o en términos morales y basándose en los valores democráticos, tiene un recorrido político generalmente muy corto.

Además de que jurídicamente tardan demasiado tiempo en sustanciarse, para la mayor parte de la población estas denuncias son interpretadas como peleas entre políticos. Y los políticos en nuestro país, vale la pena recordarlo, son vistos por los ciudadanos cada vez con mayor desafección y como una élite cerrada y con intereses propios independientemente de los partidos en liza.

Para que la corrupción política sea vista como un problema que afecta directamente a los ciudadanos, un partido político deberá saber explicar de que manera este comportamiento está en la base de las deficiencias y carencias que tienen los servicios educativos, la gestión de la dependencia, la sanidad, las infraestructuras o la economía en la Comunidad Valenciana, por no hablar del elevado déficit público que padecemos los valencianos y que nos lastra como sociedad. Algo que, me temo, no ha ocurrido suficientemente hasta el momento.

Los estudios más exhaustivos sobre corrupción política y comportamiento electoral en España, aunque no son concluyentes y se refieren sobre todo al ámbito local, apuntan tres comportamientos básicos: incremento del voto favorable al político acusado de corrupción, apoyo tibio al denunciado y malos resultados de la oposición, y, por último, victoria de la fuerza política denunciante y castigo electoral a los acusados o denunciados por corrupción política.

El incremento, a veces masivo, del voto a los políticos denunciados por corrupción, se da en aquellas situaciones en que prácticamente no existe oposición política y la mayor parte de la población considera correctas o beneficiosas para los habitantes de la localidad afectada las políticas del denunciado, que suelen ser personas con un fuerte carisma, con discursos populistas y que gobiernan pequeñas localidades cohesionadas contra lo que consideran ataques desde el exterior.

El apoyo tibio al denunciado, con altos niveles de abstención y malos resultados de la oposición, se da en aquellos casos en que una parte considerable de los ciudadanos pueden desaprobar los comportamientos de los gobernantes, pero los consideran los menos malos y, sobretodo, no ven una alternativa política clara en la oposición. Finalmente, los políticos denunciados por corrupción son castigados electoralmente en aquellas ocasiones en las que la oposición es percibida como alternativa política y un porcentaje notable de la población considera que la corrupción denunciada o el mal gobierno le afectan negativamente y de manera directa.

O dicho de otro modo, la corrupción política difícilmente es castigada en las urnas si no hay alternativa política con un discurso claro, global y coherente. Cuando eso ocurre, lo peor es que la política pierde sentido colectivo y democrático y la corrupción se extiende, degrada a la sociedad y la hace más pobre y envilecida. En la Comunidad Valenciana, deberíamos tomar nota.

Article publicat a Valencia Plaza el 21 de setembre de 2010 http://www.valenciaplaza.com/ver/7686/Esc%C3%A1ndalos--corrupci%C3%B3n-y-votos.html