Con el PP desbordado por la corrupción. Con Rajoy
deambulando en el mundo de simplezas ideológicas en el que habita. Con un Gobierno inepto,
agotado y lacerante. Con la derecha social, económica, mediática e intelectual
asaltando el Estado de Bienestar. Con las instituciones constitucionales en
crisis (Casa Real, partidos, sindicatos, CEOE e Iglesia Católica incluidos) y
los fundamentos básicos del sistema democrático puestos en cuestión. Con un
sistema productivo desestructurado y todos los indicadores mostrando un aumento
de las desigualdades sociales, el paro, el fraude fiscal, el empobrecimiento; mientras estamos a la cola del mundo desarrollado en
educación, investigación o innovación productiva. Con una sociedad abatida y
crecientemente resentida. Es especialmente preocupante la inanición del resto
de partidos políticos y especialmente la ausencia de alternativa y la inoperancia
del PSOE: el único partido que, a pesar de su decadencia e independientemente
del poco o mucho entusiasmo que genere, todavía es capaz de estructurar un gobierno
medianamente sólido, diferente y mejor al del PP. Imaginar a Cayo Lara o
Rosa Díez presidiendo el Gobierno de España es una quimera o una pesadilla, según quien lo mire. Mientras tanto, la parálisis política
de los partidos (grandes y pequeños) es radical. Sólo hay que recordar que las dos principales
iniciativas políticas del último año, dejando a un lado lo que tiene su origen
en el PP y su gobierno, provienen de la ciudadanía (moviendo
contra los desahucios y proyecto independentista catalán) y no de los partidos, que están perdidos en la zozobra y parecen instrumentos oxidados para hacer frente a la crisis.
No hay oposición
alternativa
La respuesta socialista a casi
todas las medidas del Gobierno de Rajoy y a la corrupción que atenaza al PP ha
evidenciado que sus elites decisivas del PSOE tienen serias limitaciones para la acción política. En
términos generales, han seguido una lógica reactiva, a menudo
invisible y, con
frecuencia, contradictoria con lo hecho por el gobierno de Zapatero hace sólo
un par de años. Este otoño, rozó el ridículo en la negociación con el PP de una
solución a la crisis de los primeros suicidios por desahucios, de la que se
desmarcó a última hora. En el caso
Bárcenas, el aire de indeterminación ha sido mayúsculo: sin salirse nunca
de las frases tópicas, haciendo seguidismo de las últimas noticias de la prensa
o llevando a cabo una carrera por mostrar declaraciones de la renta que sólo
alimentan la idea de que todos los políticos son iguales y desvían la atención del problema central.