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15 de maig 2012

Alemania, año 13: Deustschland über alles


Pesadillas europeas (2)

A Europa, parafraseando las primeras líneas del Manifiesto Comunista de Marx, la  recorren múltiples fantasmas. Poder creciente del capital financiero, políticos subordinados a los mercados, estupidez de las elites, democracia empobrecida, debilitamiento del proyecto europeo, populismos… Por encima de todos ellos, alimentándolos o bebiendo de ellos, la hegemonía alemana.

Tres pulsiones afectan hoy a Alemania y ninguna de ellas es buena para Europa.

3 de maig 2012

¡España gibraltareña!


Pesadillas europeas (1)


Gibraltar vuelve a ser una prioridad en la política exterior española. Así lo anunció el ministro de Asuntos Exteriores y Cooperación, José Manuel García-Margallo (PP), en su comparencia ante la Comisión de Exteriores del Congreso de los Diputados. “España y el Reino Unido deben recuperar el diálogo sobre la soberanía del Peñón”, y el proceso de Bruselas, iniciado en 1984 y suspendido en 2002, debe retomarse.

28 d’ag. 2011

Último verano con Zapatero

Agosto es mes de vacaciones. Incluso con la crisis. Aunque se viaje más cerca, menos días o no quede más remedio que quedarse en casa. No suele ser momento de grandes decisiones. Los políticos, como el resto de los ciudadanos, tienen algunas semanas de vacaciones. Este año no ha sido así. Al menos, para el presidente Zapatero.

A vueltas con los mercados

El mes comenzó con tormentas en los mercados. El mal acuerdo presupuestario del Congreso de los Estados Unidos, la rebaja de la calificación de la deuda de EE.UU. hecha por Standard & Poor's, los ataques a las deudas soberanas de España, Italia e, incluso, Francia, hundieron las bolsas del mundo occidental.

Zapatero tuvo que retrasar y reducir sus vacaciones, el resto de líderes europeos también. El Banco Central Europeo compró deuda italiana y española, la prima de riesgo española se redujo y, días después, el martes 16 de agosto, quienes dirigen Europa sin que los europeos les hayamos votado, Angela Merkel y Nicolas Sarkozy, se reúnen y acuerdan impulsar un gobierno económico de Europa, aumentar los impuestos del sector financiero y ordenar a todos los países de la zona euro que incorporen a sus respectivas constituciones, antes de un año, la obligación del equilibrio presupuestario y, consecuentemente, del control del déficit.

Reforma exprés de la Constitución

El mes se acaba con el anuncio de Rodríguez Zapatero, en el pleno extraordinario del Congreso del martes 23, sobre la necesidad de una reforma urgente e inmediata de la tantas veces intocable Constitución Española para cumplir con la obligación establecida por Merkel (y Sarkozy). Alemania lo ordena y nosotros, alumnos aplicados, corremos a abrazar el dogma neoliberal de déficit cero, sin debates y sin resistencias significativas, más allá de las críticas de la izquierda comunista y de los nacionalismos periféricos que temen que se reduzca, más todavía, la autonomía financiera de las comunidades autónomas.

Rajoy rompió el largo descanso estival para manifestar su entusiasmo ante esta reforma. Dos días y medio después, en la madrugada del 26 de agosto, PP y el PSOE llegan a un acuerdo que viene a decir que, en materia de déficit y de buena parte de la política económica, España hará lo que diga la Unión Europea; es decir, Alemania.

Sorprende, en cualquier caso, el apresuramiento del PP y el PSOE para llevar a cabo esta reforma impuesta desde fuera y la desgana o incapacidad demostrada durante años para modificar la Constitución de 1978 en sus aspectos más chirriantes (sucesión al trono, Senado o elementos de la estructura territorial del Estado). Poco ha importado, además, que una reforma tan precipitada devalúe la Constitución Española como marco legal estable no sujeto a vaivenes repentinos ni a ingerencias externas. Una alteración de aspectos importantes de la Carta Magna, como es el caso, no debería producirse sin una discusión extensa sobre su oportunidad y beneficios, tendría que buscar un consenso político amplio que fuese más allá de las dos principales formaciones de la partitocracia española, y necesitaría del refrendo popular. Si no es así, la Constitución y la democracia española pierden valor.

Visita del Papa

A mitad de mes, el mismo día que Merkel y Sarkozy se reunían en París, comenzaba en Madrid la Jornada Mundial de la Juventud. El evento ha movilizado durante más de diez días a cientos de miles de jóvenes de todas partes del mundo y ha sido el mayor éxito del Vaticano en España en muchos años. La Jornada, además, ha constituido un cierto desaire para la Conferencia Episcopal Española y un nuevo golpe para un zapaterismo que, en el final de sus días, parece desbordado en todos los frentes y sin relato.

La mano del presidente de la Conferencia Episcopal Española, Antonio María Rouco Valera, se ha visto en detalles como el acto de los fundamentalistas kikos, fuera de programa, al día siguiente de que el Papa abandonara Madrid, o en el hecho de que el presidente y candidato del PP, Mariano Rajoy, fuera invitado a un breve encuentro con el Papa y no se hiciera lo mismo con Alfredo Pérez Rubalcaba, candidato del PSOE.

Sin embargo, el discurso del Papa y la diplomacia vaticana han huido de las estrategias de la confrontación con el Gobierno Zapatero que protagonizó la Iglesia española en la anterior legislatura y que tanto contribuyeron a la movilización de una parte del voto izquierdista en las elecciones generales de 2008. Benedicto XVI fue elegido Papa en 2005, pasó dos años haciendo cambios en la estructura de poder del Vaticano y, desde 2008, junto con Tarsicio Bertone, secretario de Estado del Vaticano, el colaborador más directo del Papa, ha buscado disminuir el nivel de enfrentamiento con el Gobierno de España sin dejar de defender los intereses y posiciones de la Iglesia Católica.

Bertone visitó España en febrero de 2009 y abre personalmente, por encima y al margen de la Conferencia Episcopal Española, una vía de diálogo y entendimiento con el Gobierno de España. La Iglesia Católica evitaría la confrontación y el Gobierno no modificaría los acuerdos con la Santa Sede y moderaría sus iniciativas laicistas. Dos meses después, Federico Jiménez Losantos era despedido de la COPE. El Gobierno evitó cualquier alusión a una posible revisión de los acuerdos con el Vaticano, pero mantuvo parte de las iniciativas que podían generar conflictos con la Iglesia Católica.

La reforma de la regulación del aborto se presentó el mismo 2009. Los proyectos de futuras leyes de la Muerte Digna y, sobre todo, de Libertad Religiosa, seguían adelante con María Teresa Fernández de la Vega como principal valedora. Los estrategas socialistas que buscaban la movilización electoral favoreciendo la diferenciación en el ámbito de los valores entre la derecha y la izquierda, también recomendaban estas iniciativas. En mayo de 2010, Zapatero tuvo que modificar su política económica y social por imposición de Merkel (y Sarkozy). Luego, se hundió en las encuestas. En septiembre de 2010, Fernández de la Vega salía del Gobierno.

Ramón Jauregui, católico, y proscrito por el zapaterismo por haber discrepado públicamente de la política de la dirección del PSOE con la Iglesia Católica, ocupaba el Ministerio de la Presidencia de la mano de Rubalcaba. Once meses después, suavizada la Ley de la Muerte Digna y aparcada definitivamente la Ley de Libertad Religiosa, el Gobierno se vuelca económicamente en el éxito de la visita del Papa durante la Jornada Mundial de la Juventud. Imágenes finales del zapaterismo.

Últimos días del zapaterismo

Zapatero llegó a La Moncloa con la virtud esencial de no ser Aznar y con un programa de gobierno profundamente reformista que tenía seis ejes básicos: la construcción de la España plural, el cambio del modelo productivo, el reconocimiento de derechos civiles, la ampliación del Estado del Bienestar, la reforma constitucional, y la recuperación de valores republicanos, la memoria histórica y el avance hacia una sociedad laica.

El indefinido proyecto de la España plural murió la noche del 21 de enero de 2006 cuando Zapatero pactó con Artur Mas una versión del Estatuto de Cataluña al margen del PSC, a cambio del apoyo estable de CiU y de que Mas, y no Montilla, fuese el futuro presidente catalán. Nada fue como se pactó aquella noche, pero la España plural se diluyó en la aventura desproporcionada de estatuto catalán y las incoherencias socialistas.

El cambio de modelo productivo nunca se intentó, se dejó crecer la burbuja inmobiliaria y ni siquiera se modificó la Ley del Suelo del PP. El sueño del crecimiento económico y del enriquecimiento fácil se alargó hasta principios de 2008. El despertar ha sido muy duro y, en estos momentos, nadie sabe cuándo podremos superar la crisis, en qué condiciones lo haremos y con qué modelo productivo saldremos adelante.

La ampliación de derechos civiles tiene como componentes principales el reconocimiento del matrimonio homosexual y la Ley de Igualdad. Es, sin duda, el ámbito de las políticas públicas que más se identifica con la acción de gobierno de Zapatero.

La ampliación del Estado del Bienestar no se materializó en algo progresivo, igualitario y coherente en las materias clásicas de Seguridad Social, Sanidad o Educación. España apenas ha aumentado el porcentaje de PIB destinado a estas políticas, aunque se hayan incrementado las pensiones más bajas o impulsado reformas educativas y leyes para mejorar la salud de los ciudadanos. La escisión del sistema educativo español entre los centros públicos, los concertados y los privados ha continuado y no se han ampliado las prestaciones ni se ha mejorado significativamente la financiación y calidad de los servicios sanitarios públicos.

Si bien, hay que recordar que la ejecución de las políticas educativas y sanitarias son responsabilidad de las comunidades autónomas. La iniciativa principal de Zapatero para ampliar el Estado del Bienestar fue la Ley de Dependencia de 2006. Una propuesta importante y positiva, pero demasiado voluntarista en los plazos de ejecución e insuficientemente financiada, lo que está dificultando su aplicación efectiva por las comunidades autónomas.

La reforma constitucional nunca se intentó ni en lo referente al Senado, ni al mecanismo de sucesión de la monarquía, ni a ningún otro aspecto. La Ley de Memoria Histórica fue un paso adelante, pero siguió cerrando mal algunas heridas abiertas por la guerra civil y, especialmente, el mínimo respeto, por razones simplemente humanitarias, que merecen los muertos republicanos que todavía hoy se encuentran en fosas comunes y cunetas. Las iniciativas laicistas se han ido evaporando desde septiembre de 2010 y la Iglesia Católica acaba de hacer su mayor demostración de fuerza en décadas.

De hecho, tanto la iniciativa de la reforma constitucional actualmente en marcha como la financiación pública del viaje del máximo representante la Iglesia Católica, ponen de manifiesto el ocaso del zapaterismo y de una estrategia política que trató de asentarse en dos pilares. Primero, el establecimiento de una alianza estable con los dos principales sindicatos para fortalecer el flanco de una izquierda de tradición obrerista y socialdemócrata, hoy en decadencia, sin explicar nunca suficientemente las políticas sociales que se promovían, lo cual no deja de ser paradójico. Segundo, la movilización política en el ámbito de los valores, impulsando políticas cercanas a los movimientos de la nueva izquierda postmaterialista (ecologistas, feministas, gays y lesbianas) y provocando la contramovilización de los sectores más tradicionales de la Iglesia Católica y la derecha más ultramontana.

El primer pilar se rompió en mayo de 2010 a causa del cambio sin explicaciones de política económica y social realizado por Zapatero. El segundo, evidenció que estaba resquebrajado con las movilizaciones del 15-M y se ha venido abajo con la visita del Papa y la actuación de la Policía Nacional, el pasado 17 de agosto, durante la manifestación en protesta por la financiación pública de la iniciativa vaticana.

Inactividad e hiperactividad

Mientras el gobierno de Zapatero vive sus últimos días con pocos momentos de tranquilidad. Los otros dos personajes principales de la escena política española, Rajoy y Rubalcaba, han tenido veranos contrapuestos. El primero ha permanecido en una larga vacación pública desde finales del mes de julio, de la que sólo ha salido para saludar al Papa y aplaudir la reforma de la Constitución que ordena Alemania. El silencio de Rajoy es tan clamoroso que el semanario The Economist, en el reportaje que dedicaba a la política española el 6 de agosto, lo calificaba crudamente como "el hombre que no tiene nada que decir". 

El segundo, Rubalcaba, sin espacio propio, parece obligado a generar titulares y debates para captar la atención de los medios de comunicación bien sea a cuenta de la reforma de la ley electoral, del escaño 351, la supresión de las diputaciones, la elección de Elena Valenciano como número dos por Madrid o las escuelas infantiles de 0 a 3 años. Todo ello, mientras aparecen voces en el PSOE que critican la reforma constitucional emprendida y aumenta el ruido por las listas electorales socialistas. Mucho trabajo por delante para reconstruir el relato y la estrategia socialista, tras el final del zapaterismo.

5 de juny 2011

Merkel, los pepinos y el fantasma del populismo

No hay nada más peligroso en política que invocar al pueblo. Todos los autoritarismos, ideologías colectivistas y totalitarismos cantan las excelencias del pueblo y afirman que sus gobiernos descansan en la aquiescencia del pueblo y están a su servicio. Un pueblo armonioso y siempre amenazado por los traidores de dentro y los enemigos exteriores. El populismo como análisis y solución simple frente a una realidad compleja. El populismo  contra el pluralismo y la sociedad abierta.

Los nazis exaltaron al buen pueblo alemán mientras le mostraban chivos expiatorios a los que acusaban de ser la causa de todos los males. La propaganda comunista siempre ha tenido enemigos del pueblo a los que perseguir. La Venezuela de Chávez o las satrapías de Oriente Próximo y del resto del mundo están llenas de discursos inflamados en defensa del pueblo y de persecuciones a sus enemigos internos y externos. El populismo siempre es un insulto a la inteligencia y un instrumento para controlar a una sociedad que se quiere acrítica.

Pero la tentación del populista no es exclusiva de los regímenes autoritarios y totalitarios, también está en las democracias. Partidos particularistas y con tintes xenófobos en Europa, Tea Party en Estados Unidos, y un creciente número de grupos reivindicativos particulares que se autoconsideran el pueblo en su totalidad y niegan la representatividad de los políticos democráticamente elegidos. Incluso los partidos que dicen rechazar este tipo de prácticas recurren, cada vez más, a las formas populistas. En estos momentos, el populismo es la principal amenaza de la democracia y de una Unión Europea sólida, con una economía moderna, presencia internacional relevante y que refuerce el Estado del Bienestar.

El 18 de mayo pasado, Angela Merkel afirmó en un acto de su partido (CDU) que en Grecia, España y Portugal la gente no debe jubilarse antes que los alemanes y amenazó con que Alemania sólo iba a ayudar a quienes se esfuerzan y no a quienes tienen muchas vacaciones y trabajan poco. Lo grave de esta afirmación es que procede de la persona políticamente más influyente de Europa. De sus palabras parecería deducirse que las cualidades genéticas o culturales de los habitantes del Sur de Europa están en el origen de la crisis económica que padecemos y no el desastre, la inmoralidad y la avidez del sistema financiero.

Lo peor es que, como suele ocurrir con las afirmaciones populistas, lo que dijo es falso. Como recuerda Rafael Poch, la media de horas anuales de trabajo por empleado en España es de 1.654. En Alemania de 1.390 horas. Aquí, las vacaciones y festivos suman una media de 36 días. En Alemania quienes cuentan con empleo tienen 39,6 días de vacaciones. La jubilación media española y alemana están en cifras similares: 62,0 y 62,6 años, respectivamente.

Y, finalmente, si Alemania es quien más aporta al Fondo de Rescate de la eurozona (17 países) en cifras absolutas, lo es por su condición de país con más población y por ser la principal economía; pero luego ocupa el sexto lugar en aportaciones por habitante y el décimo según el porcentaje de su PIB destinado al fondo, por detrás de Portugal, Italia y España. Merkel, como muchos líderes políticos en esta época de crisis, prefiere buscar culpables fáciles a asumir responsabilidades, aunque su política tenga mucho que ver con la deficiente respuesta europea a la crisis y el auge del populismo alemán.

Una semana después, el 27 de mayo, la ministra de Salud de la ciudad-estado de Hamburgo, Cornelia Preafer-Storcks, del SPD, declaraba que los pepinos españoles eran la causa de un brote infeccioso que había acabado con la vida de varias personas. El problema es distinto al derivado del exabrupto de Merkel. Ahora se trata de una alarma sanitaria y hay muertos. El exceso en la prevención está momentáneamente justificado. La irresponsabilidad populista, no. Dicho de otro modo, hubiese sido normal alertar sobre el consumo de verduras; pero, con la información que se poseía, no tenía sentido ni acusar a los pepinos ni precisar su procedencia española. No es imaginable que una autoridad sanitaria, por muy alemana que fuese, actuara de la misma manera si los pepinos sospechosos hubieran sido alemanes, franceses, ingleses, suecos o noruegos.

Después, los informes técnicos han ido mostrando no sólo que los pepinos españoles no son la causa de la infección, sino que el origen del problema puede estar en Hamburgo. Paralelamente, el comportamiento de las administraciones alemanas ha dejado maltrecho el mito de la eficiencia alemana, vista la falta de coordinación y el descontrol en la información, además de la no asunción de responsabilidad por sus errores.

En nuestro país, el Gobierno de España, pasado el desconcierto inicial, ha actuado de manera básicamente correcta: ha seguido la crisis puntualmente, se puso en contacto inmediatamente con las autoridades europeas y alemanas para colaborar en la solución del problema, ha destacado que España es un país con unos controles sanitarios exigentes en sus frutas y verduras, y, tan pronto ha tenido información, ha negado que los pepinos españoles sean el origen de la infección, y, ahora, estudia exigir indemnizaciones a Alemania o la UE por las pérdidas sufridas por los agricultores. Quizás su actuación podría haber sido más histriónica en los medios de comunicación, pero, con ello, no hubiera solucionado nada y habría alimentado el populismo hispano.

El PP, por el contrario, obsesionado por no soltar la presa de un PSOE moribundo, no ha tenido reparos, con Rajoy a la cabeza, de cargar contra el Gobierno español por, en su opinión, haber actuado en esta crisis sin firmeza, mal y tarde. Incluso la habitualmente ponderada y sensata responsable de política social del PP, Ana Pastor, ha repetido la posición oficial de su partido sin indicar qué y cómo se deberían haber hecho cosas en modo alternativo.

En el corto plazo, la actitud del PP puede tener alguna lógica; pero parece pobre y refuerza las críticas que se hacen a este partido sobre su ausencia de sentido de Estado cada vez que España tiene un conflicto dentro de la Unión Europea. Más aún, algunos gestos del PP en esta crisis apuntan a que sectores de este partido tienen una querencia fácil por las formas populistas.

Ciertamente, el populismo no es algo exclusivo de un partido, pero tanto algunas actuaciones del PP en la crisis de los pepinos, como el reciente experimento de construir un discurso xenófobo con el candidato del PP en Badalona, Xavier García-Albiol, o el exagerado victimismo de Francisco Camps desde 2004 insistiendo en la idea de una ignominiosa conspiración socialista contra la Comunidad Valenciana, apuntan a que una parte de la derecha española, como le ocurre a parte de la derecha europea, se siente atraída por el populismo. Y eso es jugar con fuego.