5 de juny 2011

Merkel, los pepinos y el fantasma del populismo

No hay nada más peligroso en política que invocar al pueblo. Todos los autoritarismos, ideologías colectivistas y totalitarismos cantan las excelencias del pueblo y afirman que sus gobiernos descansan en la aquiescencia del pueblo y están a su servicio. Un pueblo armonioso y siempre amenazado por los traidores de dentro y los enemigos exteriores. El populismo como análisis y solución simple frente a una realidad compleja. El populismo  contra el pluralismo y la sociedad abierta.

Los nazis exaltaron al buen pueblo alemán mientras le mostraban chivos expiatorios a los que acusaban de ser la causa de todos los males. La propaganda comunista siempre ha tenido enemigos del pueblo a los que perseguir. La Venezuela de Chávez o las satrapías de Oriente Próximo y del resto del mundo están llenas de discursos inflamados en defensa del pueblo y de persecuciones a sus enemigos internos y externos. El populismo siempre es un insulto a la inteligencia y un instrumento para controlar a una sociedad que se quiere acrítica.

Pero la tentación del populista no es exclusiva de los regímenes autoritarios y totalitarios, también está en las democracias. Partidos particularistas y con tintes xenófobos en Europa, Tea Party en Estados Unidos, y un creciente número de grupos reivindicativos particulares que se autoconsideran el pueblo en su totalidad y niegan la representatividad de los políticos democráticamente elegidos. Incluso los partidos que dicen rechazar este tipo de prácticas recurren, cada vez más, a las formas populistas. En estos momentos, el populismo es la principal amenaza de la democracia y de una Unión Europea sólida, con una economía moderna, presencia internacional relevante y que refuerce el Estado del Bienestar.

El 18 de mayo pasado, Angela Merkel afirmó en un acto de su partido (CDU) que en Grecia, España y Portugal la gente no debe jubilarse antes que los alemanes y amenazó con que Alemania sólo iba a ayudar a quienes se esfuerzan y no a quienes tienen muchas vacaciones y trabajan poco. Lo grave de esta afirmación es que procede de la persona políticamente más influyente de Europa. De sus palabras parecería deducirse que las cualidades genéticas o culturales de los habitantes del Sur de Europa están en el origen de la crisis económica que padecemos y no el desastre, la inmoralidad y la avidez del sistema financiero.

Lo peor es que, como suele ocurrir con las afirmaciones populistas, lo que dijo es falso. Como recuerda Rafael Poch, la media de horas anuales de trabajo por empleado en España es de 1.654. En Alemania de 1.390 horas. Aquí, las vacaciones y festivos suman una media de 36 días. En Alemania quienes cuentan con empleo tienen 39,6 días de vacaciones. La jubilación media española y alemana están en cifras similares: 62,0 y 62,6 años, respectivamente.

Y, finalmente, si Alemania es quien más aporta al Fondo de Rescate de la eurozona (17 países) en cifras absolutas, lo es por su condición de país con más población y por ser la principal economía; pero luego ocupa el sexto lugar en aportaciones por habitante y el décimo según el porcentaje de su PIB destinado al fondo, por detrás de Portugal, Italia y España. Merkel, como muchos líderes políticos en esta época de crisis, prefiere buscar culpables fáciles a asumir responsabilidades, aunque su política tenga mucho que ver con la deficiente respuesta europea a la crisis y el auge del populismo alemán.

Una semana después, el 27 de mayo, la ministra de Salud de la ciudad-estado de Hamburgo, Cornelia Preafer-Storcks, del SPD, declaraba que los pepinos españoles eran la causa de un brote infeccioso que había acabado con la vida de varias personas. El problema es distinto al derivado del exabrupto de Merkel. Ahora se trata de una alarma sanitaria y hay muertos. El exceso en la prevención está momentáneamente justificado. La irresponsabilidad populista, no. Dicho de otro modo, hubiese sido normal alertar sobre el consumo de verduras; pero, con la información que se poseía, no tenía sentido ni acusar a los pepinos ni precisar su procedencia española. No es imaginable que una autoridad sanitaria, por muy alemana que fuese, actuara de la misma manera si los pepinos sospechosos hubieran sido alemanes, franceses, ingleses, suecos o noruegos.

Después, los informes técnicos han ido mostrando no sólo que los pepinos españoles no son la causa de la infección, sino que el origen del problema puede estar en Hamburgo. Paralelamente, el comportamiento de las administraciones alemanas ha dejado maltrecho el mito de la eficiencia alemana, vista la falta de coordinación y el descontrol en la información, además de la no asunción de responsabilidad por sus errores.

En nuestro país, el Gobierno de España, pasado el desconcierto inicial, ha actuado de manera básicamente correcta: ha seguido la crisis puntualmente, se puso en contacto inmediatamente con las autoridades europeas y alemanas para colaborar en la solución del problema, ha destacado que España es un país con unos controles sanitarios exigentes en sus frutas y verduras, y, tan pronto ha tenido información, ha negado que los pepinos españoles sean el origen de la infección, y, ahora, estudia exigir indemnizaciones a Alemania o la UE por las pérdidas sufridas por los agricultores. Quizás su actuación podría haber sido más histriónica en los medios de comunicación, pero, con ello, no hubiera solucionado nada y habría alimentado el populismo hispano.

El PP, por el contrario, obsesionado por no soltar la presa de un PSOE moribundo, no ha tenido reparos, con Rajoy a la cabeza, de cargar contra el Gobierno español por, en su opinión, haber actuado en esta crisis sin firmeza, mal y tarde. Incluso la habitualmente ponderada y sensata responsable de política social del PP, Ana Pastor, ha repetido la posición oficial de su partido sin indicar qué y cómo se deberían haber hecho cosas en modo alternativo.

En el corto plazo, la actitud del PP puede tener alguna lógica; pero parece pobre y refuerza las críticas que se hacen a este partido sobre su ausencia de sentido de Estado cada vez que España tiene un conflicto dentro de la Unión Europea. Más aún, algunos gestos del PP en esta crisis apuntan a que sectores de este partido tienen una querencia fácil por las formas populistas.

Ciertamente, el populismo no es algo exclusivo de un partido, pero tanto algunas actuaciones del PP en la crisis de los pepinos, como el reciente experimento de construir un discurso xenófobo con el candidato del PP en Badalona, Xavier García-Albiol, o el exagerado victimismo de Francisco Camps desde 2004 insistiendo en la idea de una ignominiosa conspiración socialista contra la Comunidad Valenciana, apuntan a que una parte de la derecha española, como le ocurre a parte de la derecha europea, se siente atraída por el populismo. Y eso es jugar con fuego.