27 d’abr. 2011

La estrategia Alarte (2): El deseo y la realidad

Estos son los cálculos de Alarte y de su equipo más próximo: primero, negativizar al PP mientras se asalta el poder interno socialista, se sustituye radicalmente al viejo socialismo y se da el poder del partido a una nueva generación; después, aguantar las críticas por la derrota en las autonómicas y locales de 2011, desde la fortaleza que da tener el poder del partido y estar en las instituciones, y, finalmente, asaltar los espacios de poder que un PP agotado en 2015 mantenga en la Comunidad Valenciana, empezando por la Generalitat. La estrategia es coherente; pero en mi opinión y a riesgo de equivocarme, presenta algunos inconvenientes que la van a dificultar y pueden acabar por imposibilitarla en la práctica.

El primero es ideológico y tiene que ver con la ilusión de la razón que subyace en los planes de futuro que obedecen a una lógica lineal y progresiva de los fenómenos sociales en los que se basa implícitamente la actual estrategia socialista. Se creería que la ejecución de las acciones y fases de un proceso previamente planificado permite lograr lo previsto y, siguiendo una dinámica cada vez más ambiciosa, llegar a la consecución de los objetivos últimos de la estrategia.

Esta lógica racional hunde sus raíces en el pensamiento occidental más antiguo y ha sido muy común en todo tipo de planificaciones y estrategias políticas, especialmente las de las izquierdas marxistas y comunistas, que creían que la Historia se regía por una idea lineal de progreso que culminaba con la victoria final y absoluta del Socialismo y la creación de una sociedad perfecta, una especie de paraíso en la Tierra.

Sin embargo, la confianza en esta lógica lineal y progresiva ha sido barrida en las últimas décadas por los nuevos paradigmas científicos, sobre todo en lo que afecta al comportamiento humano y colectivo, porque no tiene en cuenta la complejidad humana y la imposibilidad de controlar todas las variables posibles de un proceso social. Dicho de otro modo, la estrategia de la dirección socialista es lógica y coherente, pero sólo podría tener éxito si fueran estáticos todos los actores y factores políticos ajenos a la actual dirección socialista.

Y aquí empiezan los problemas: ni los excluidos internos en el PSPV-PSOE, ni el poszapaterismo, ni el PP valenciano, ni la economía, ni las percepciones ciudadanas tienen porque seguir la evolución esperada por los actuales estrategas socialistas. Los escenarios de reproducción de las guerras civiles entre los socialistas, de descalabro del joven socialismo junto con Zapatero, de la aparición de nuevos partidos o de cambio de dirigentes (con o sin regeneración) del PP valenciano son más que posibles y no jugarían a favor de su estrategia.

El segundo inconveniente es cultural y tiene que ver con el comportamiento político socialista. Los partidos de derecha, después del hundimiento de UCD, suelen dar muchas oportunidades a sus candidatos y líderes y tratan de hacer posibles estrategias de acumulación de fuerzas sociopolíticas durante años. Intentan, de este modo, fidelizar a su electorado y evitar crisis internas (y sólo hay que recordar las veces que se presentó Aznar como candidato, o Rajoy, Arenas en Andalucía, Trías Fargas en Barcelona o Mas en Cataluña). Por el contrario, el partido socialista no suele dar más que dos oportunidades y eso siempre que en la primera los resultados hayan sido aceptables (Pla en 2003) y únicamente una cuando son malos (lo que habitualmente ha ocurrido, por ejemplo, en las ciudades de Valencia o Madrid).

El partido socialista no tiene cultura de acumular fuerzas, contactos, alianzas con la sociedad e inteligencia a lo largo de un tiempo largo. Cada nuevo candidato o cada nuevo líder comienza, con una enorme dosis de adanismo y sin tener en cuenta apenas la experiencia del equipo anterior, a construir un proyecto (que se dice singular, por mucho que suela ser semejante al de su antecesor), un programa, un equipo y un discurso propios, así como un nuevo sistema de relaciones y apoyos sociales. Se buscan casi siempre soluciones cortoplacistas con candidatos o equipos de los que, en el fondo, se espera que cuenten con una fuerza carismática o una capacidad de movilización social inmediata y casi milagrosa, lo cual no contribuye a consolidar proyectos políticos bien definidos, alimenta una cultura política autoritaria de culto al líder y pone a los candidatos a los pies de los caballos (y de las familias) después de cada derrota electoral.

Unos malos resultados el próximo 22 de mayo, si conllevan una pérdida de votantes y de gobiernos municipales de una cierta magnitud, complicarían la supervivencia política de Alarte y su continuidad tras el 12º congreso de los socialistas valencianos en 2012; aunque no la harían imposible si los resultados del PSOE en el resto de España son malos el 22M y se pone en marcha un proceso de primarias para la sustitución de Zapatero.

El tercer inconveniente es temporal y se corresponde con la forma en la que se construye una alternativa política. Se suele afirmar que en España los partidos políticos en la oposición no ganan las elecciones, sino que son los que están en el gobierno quienes las pierden. Esta idea a fuerza de repetirse acostumbra a pasar por una verdad indiscutible, pero no lo es. Por el contrario, si no se genera ilusión hacia una alternativa de gobierno, si no se da la impresión de que se puede gobernar de manera diferente y mejor para una nueva mayoría de ciudadanos, los malos gobiernos no acaban de perder el poder.
Puede haber cansancio por los años de gobierno de un partido, por su mala gestión, por la corrupción que se atribuya a sus dirigentes, por lo que se quiera; pero el cansancio y la irritación ciudadana no son sinónimos de alternativa de gobierno. Se vota por expectativas de futuro y, si la ciudadanía que desea una alternativa política no la ve, acabará dispersando su voto o absteniéndose.

Una alternativa de gobierno requiere esfuerzo, dedicación, profesionalidad, establecimiento de muchas complicidades con la sociedad y lucha por la hegemonía en todas las dimensiones de la acción y el discurso político, equipos de personas muy amplios y con capacidad de incorporar cada vez más gente. Es decir, poco sectarismo, escasa prepotencia, mucho trabajo y, a ser posible, llevado a cabo con profesionalidad y rigor: no se trata de estar todo el día ocupado, sino de ser productivos.

En los últimos tres años, la dirección socialista ha atacado a Camps y al PP por la corrupción con éxito, pero apenas han mostrado cuál es su alternativa política en cada materia (economía, políticas del estado de bienestar, calidad democrática o gestión del territorio), no han evidenciado quién se beneficiará con su gobierno y por qué. Si sobreviven a los congresos socialistas del próximo año, cosa probable, hacia finales de 2012, tendrían que empezar a estructurar sus alternativas de gobierno.

Para entonces Alarte llevaría más de cuatro años como secretario general, habría perdido unas elecciones, y tendría sólo dos años y medio (salvo adelanto electoral) para que su alternativa ganase credibilidad, ser generalmente conocido y poder impulsar un proyecto político competitivo e identificable por la mayoría de los ciudadanos. Un tiempo muy ajustado porque la construcción de una alternativa política no es una cuestión de marketing ni de escribir documentos más o menos correctos técnicamente hablando, sino de hablar con mucha gente y muchas veces, de escuchar siempre, de ser creíble y esperanzar a un número creciente de ciudadanos, de acumular fuerzas y fidelizar a grupos de electores, y, sobre todo, de contar con miles de personas haciéndote la campaña: hablando bien de ti y deseando tu victoria.

Y eso es mucho trabajo para tan poco tiempo, sobre todo teniendo en cuenta que hasta el momento Alarte es socialmente poco conocido y su figura es poco valorada fuera de los círculos más próximos. El marketing no hace milagros y los expertos de turno pueden escribir programas sin mácula, pero ser alternativa de gobierno no se improvisa: es algo más complejo y difícil.

En este sentido, el cuarto, último y no menos importante de los inconvenientes, es político y guarda relación con el sentido y la función principal de los partidos en una democracia. Hoy no se entiende la acción política cotidiana sin la labor de los especialistas en campañas electorales, en imagen, en comunicación política, en nuevas tecnologías, en técnicas sociológicas o en análisis politológicos. Son profesionales necesarios y, en algunos casos, imprescindibles. Sin embargo, a menudo dan lugar a la venta (muy cara) a los partidos de toda clase de sortilegios y recetas que no pasan de ser supercherías de coolhunters (cazadores de tendencia), coachs (asesores/entrenadores personales) y demás fauna oportunista.

Pero del mismo modo que no deberíamos confundir el fondo y la forma de las cosas, tampoco en el caso de la política deberíamos olvidar dos hechos primordiales: en último extremo, las elecciones son un mecanismo por el cual, y por motivos muy variados, miles o millones de personas dan su confianza a personas a las que apenas conocen y a partidos de los que, a menudo, desconfían para que gobiernen los asuntos colectivos. Y para conseguir ese objetivo no hay mejor mecanismo que hablar con mucha gente y lograr que mucha gente hable (bien, sobre todo) de los candidatos y los partidos.

Igualmente, se olvida, a menudo, que la principal función de los partidos no es la de seleccionar elites para ocupar cargos institucionales o del partido, sino representar a sectores y grupos ciudadanos y para ello, lógicamente, es necesario ser un partido con una militancia grande y representativa cuando lo que se pretende es gobernar y ser representativo de la mayoría de la población en todos los sectores sociales, ámbitos geográficos, nivel de estudios o capacidad intelectual sin distinción de raza, sexo, lengua y edad.

Y aquí se encuentra, en estos momentos, quizá el problema más grave del PSPV-PSOE y de la llamada izquierda valenciana en su conjunto. Ni es un partido de masas, en la vieja terminología izquierdista, ni tiene una militancia elevada. Hoy, es un partido minorizado (unos 21.000 militantes oficiales, poco más de 16.000 militantes reales, sólo una minoría por debajo de los 40 años, y con pocos simpatizantes activos), un partido muy fragmentado y donde predominan las dinámicas excluyentes sobre las integradoras y de suma, un partido con una desigual presencia social dentro de la sociedad civil, sin capacidad de influencia intelectual ni centros de pensamiento importantes a su alrededor o en su seno, y sin una penetración territorial fuerte en las grandes y medias ciudades, donde se concentra más del 75% de la población valenciana. Un partido con cuadros y militantes poco presentes en la sociedad valenciana y cuyos dirigentes y cuadros tienen mayoritariamente como dedicación profesional única ser políticos.

Y a ello habría que sumar un problema igualmente grave y que afecta a la práctica totalidad de la socialdemocracia europea: un partido sin un discurso o un relato político para la sociedad actual que explique, primero, qué política económica se va a llevar a cabo en cada país o región teniendo en cuenta que estamos en un mundo globalizado en el que Europa pierde fuerza, los mercados (el capital transnacional) impone sus reglas sin control democrático, aumentan las desigualdades sociales y el neoliberalismo es, de hecho, el único modelo ideológico que se sigue; segundo, cómo se puede mantener la cohesión social cuando se abre la brecha de conocimiento en nuestras sociedades; tercero, de qué manera vamos a participar en la revolución tecnológica y científica en marcha; qué hacer con el Estado del Bienestar, y, cuarto, cómo se gestiona la inmigración.

No dudo de la voluntad de Alarte y de sus jóvenes socialistas, pero con unas fuerzas tan escasas en número, tan débiles políticamente y tan limitadamente representativas de la realidad valenciana, creo que aunque es muy posible que sobreviva a los envites internos de 2012, difícilmente podrá conquistar la Generalitat tres años después, por mucho que, como dice su eslogan, en la Comunidad Valenciana otro camino sea posible y, sobre todo, necesario. 

Article publicat a Valencia Plaza el 27 d'abril de 2011 http://valenciaplaza.com/ver/24489/La-estrategia-Alarte-2-El-deseo-y-la-realidad.html

26 d’abr. 2011

La estrategia Alarte (1): El asalto interno y la corrupción del PP


La Comunidad Valenciana vive una crisis profunda de su modelo socioeconómico, sin liderazgo claro y con la mayor parte de la llamada sociedad civil falta de iniciativa, subvencionada y dependiente del poder político. Paralelamente se extiende ética e ideológicamente una especie de berlusconismo individualista, autosatisfecho, cínico y paralizante. La responsabilidad del actual gobierno del PP, ante esta situación, es ineludible. Urge una alternativa política y una regeneración social; sin embargo y paradójicamente, las encuestas insisten en que el PP valenciano volverá a ganar el próximo 22 de mayo.


Aún más, es un lugar común afirmar que la actual dirección del principal partido de la oposición y su secretario general, Jorge Alarte, carecen de estrategia. Creo, a riesgo de equivocarme, que esto no es así y que tienen una estrategia política y que ésta es coherente, ambiciosa y ha culminado con éxito sus primeros pasos. Cosa distinta es que logre sus objetivos finales o que pueda ser, a largo plazo, beneficiosa o contraproducente para los socialistas y para la Comunidad Valenciana.


Hagamos un poco de historia. Alarte ingresa en el PSPV-PSOE en 1994, con 21 años. En mayo de 1995, es concejal en Alaquàs y, en 1999, es alcalde de la localidad y pronto manifiesta su voluntad de hacerse con un lugar propio dentro del alicaído socialismo valenciano. En 2000, impulsa el denominado G-4 (grupo de alcaldes de Alaquàs, Quart, Benetússer y Xirivella; que disputarán, con éxito, el poder socialista en L'Horta Sud a Ciprià Ciscar) y pasa a ocupar un espacio de lealtad crecientemente distante con el entonces secretario general del PSPV-PSOE, Ignasi Pla. No extrañó, por tanto, que anunciara su candidatura a la secretaría general del partido, en julio de 2007, unas semanas después de que el PP obtuviese sus mejores resultados en la Comunidad Valenciana y de que los socialistas sufrieran una severa derrota en las autonómicas y perdiesen parte del poder municipal que aún conservaban. En octubre de 2007, Pla tuvo que dimitir de forma espuria como secretario general y el partido es gobernado hasta el Congreso de septiembre de 2008 por una gestora; mientras van apareciendo (y desapareciendo) aspirantes a la secretaría general: Sevilla, Ábalos, Puig y Romeu, además del propio Alarte. 

Para conquistar la secretaría general, Alarte contó, desde el primer momento, con el apoyo de dos grupos de presión importantes, pero minoritarios, el ya citado G-4 y la denominada Mesa Camilla (líderes de Valencia, L'Horta Nord y El Camp de Túria). Luego obtuvo el apoyo de la familia Tirado en Castellón, de parte de las Juventudes y de otros grupos menores. Suficiente para competir, pero poco para ganar. Las circunstancias, sin embargo, le dieron la victoria. Dos meses y medio antes del congreso valenciano, había que hacer frente al 37 Congreso federal del PSOE. Un test perfecto para conocer la fuerza de las familias y los candidatos a liderar el PSPV-PSOE. Entonces, la delegación valenciana fue comandada por Leire Pajín con el apoyo de más del 80% de los delegados, configurando una coalición que sumaba desde los llamados municipalistas de Castellón hasta los renovadores de Alicante, pasando por la gente de Ciscar, Izquierda Socialista, Ábalos, Romeu y Alarte. Sólo quedaba fuera el lermismo y poco más. Cuando se cierra el congreso federal, Pajín es la nueva secretaria de Organización del PSOE; pero, a pesar de ello, entre julio y septiembre, la coalición que la había seguido no es capaz de presentar un candidato propio y acaba resquebrajándose. Lo que quedó de ella dio su apoyó a Alarte; mientras que la candidatura de Ximo Puig sumó al lermismo los delegados de Romeu, Izquierda Socialista, la FSP y grupos menores. El resultado del 11 Congreso del PSPV-PSOE es bien sabido: Alarte es elegido secretario general con sólo 20 votos más que Puig. 

Visto el proceso, el nuevo secretario general debió ser consciente de que la mayoría de los que votaron su candidatura tenían lealtades ajenas y de que, en consecuencia, eran muy poco fiables para gobernar el PSPV-PSOE en el futuro. Era urgente cambiar esa relación de fuerzas, manteniendo una lealtad férrea y utilitaria con sus primeros apoyos, a la vez que se intenta dividir o debilitar al resto de grupos o familias, y se diseña una estrategia de actuación a medio y largo plazo para conseguir la Generalitat. Para entenderla hay que tener en cuenta que él y su equipo más próximo parten, explícita o implícitamente, de cuatro consideraciones razonables (aunque bastante discutibles). Primera: quienes ha protagonizado la vida del PSPV-PSOE hasta entonces (y, en general, los que tienen más de 40 años) han sido los culpables de la debacle del socialismo valenciano y deben dejar paso a una nueva generación de cuadros y líderes o, en el mejor de los casos, limitarse a ocupar posiciones marginales en el sistema de poder del partido y en las instituciones. Segunda: el espacio público valenciano está totalmente dominado por el Partido Popular en los ámbitos mediático, social, económico, político, judicial e institucional. Tercera, el PP aparece, en estos momentos, en el imaginario de la mayor parte del electorado como el partido de los valencianos e impone, gracias a una confusión autoritaria del partido con las instituciones y los medios de comunicación, falsos debates de base identitaria y victimista que refuerzan al PP y ocultan las consecuencias negativas de las políticas de la Generalitat. Cuarta: la nueva dirección socialista sólo estará en condiciones de ser alternativa de gobierno a la Generalitat en 2015 y, mientras tanto, hay que sobrevivir a las elecciones de 2011, identificar al PP valenciano con algún aspecto negativo para empezar a deslegitimarlo y evitar el cuerpo a cuerpo con el PP en los temas de gestión o en los debates identitarios. 

Por eso, de manera inmediata, la única voz de la dirección debía ser Alarte (y Luna, porque Alarte no era diputado en las Corts Valencianes). Por eso, el discurso socialista debía concentrar todas las críticas en el caso Gürtel, en Camps y en la corrupción del PP valenciano, con ayuda del PSOE federal y de los medios de comunicación estatales afines a los socialistas. Por eso, los socialistas han evitado entrar a debatir, cuestionar o contradecir los temas victimistas que periódicamente trata de imponer el PP en la agenda pública (chiringuitos, agua, prospecciones petrolíferas, financiación, supuesta marginación de la Comunidad Valenciana, etc.) e incluso casi no han criticado los aspectos más negativos de las políticas del Gobierno de Camps en aspectos tan sangrantes como la educación, la sanidad, la dependencia, la economía o el empleo. Por eso, cualquier voz disonante, que rompiera la concentración discursiva en la denuncia de la corrupción, estaba condenada a chocar con la dirección socialista.

Ese objetivo está conseguido hoy: Alarte es la única voz de los socialistas valencianos, aunque se le escuche poco y sea escasamente conocido. Del mismo modo, una gran parte de la población (y el propio PP estatal) asocia al PP valenciano y a Camps con corrupción, lo que hace difícil la continuidad política del actual presidente de la Generalitat tras las elecciones generales de 2012. En eso también ha tenido éxito el discurso del PSPV-PSOE.


El segundo objetivo estratégico de Alarte consistirá en barrer de cualquier cargo representativo en las instituciones (primero en las Corts Valencianes, diputaciones y ayuntamientos, y más tarde en las Cortes Generales) al mayor número posible de representantes del viejo socialismo, tanto el representado por las figuras de la generación de la transición (Lerma, Ciscar, Asunción o Alborch) como los de la generación que protagonizan los años posteriores a la pérdida de la Generalitat (Pla, Escudero, Puig, Macià, Sarrià, Calabuig, Noguera y otros); jibarizando al máximo o acabando, si fuera posible, con la capacidad de maniobra de las no menos viejas familias personalistas. Todo ello, mientras se intenta neutralizar a los barones provinciales menos fieles (Colomer en Castellón y Barceló en Alicante) y dejando fuera del escenario político valenciano inmediato a Leire Pajín y Francesc Romeu.


No era fácil: Romero fracasó en su envite a las familias clásicas (lermistas, ciscaristas y asuncionistas, Izquierda Socialista); Pla no se atrevió a atacar el poder real de las familias y siempre actuó, de hecho, en beneficio del lermismo. Sin embargo, visto con perspectiva el proceso de elaboración de las listas autonómicas y locales, Alarte ha conseguido en lo esencial, la mayor parte de sus objetivos y, tras el próximo 22 de mayo, el viejo socialismo se encontrará en posiciones institucionales marginales o irrelevantes, dividido y minorizado dentro del PSPV-PSOE. Y, lo que es más importante, en los grupos municipales, Corts Valencianes, asesorías y agrupaciones locales socialistas predominarán los jóvenes entre los 30 y 40 años que, en estos momentos, le son fieles y dependen de él (en lo político y, frecuentemente, en lo económico).


Se dice (y se escribe en la prensa convencional y sobre todo en internet) que, en el proceso de elaboración de las listas socialistas, ha habido poco de renovación y mucho de recambio de personas con la vieja lógica del 'quítate tu, para ponerme yo' o que el partido socialista valenciano sigue con la misma cultura política interna que le hizo perder el poder y lo ha ido hundiendo social y electoralmente. Se dice que las nuevas caras del socialismo valenciano son, en general, políticos light, sin más ideología que estar contra el PP, sin excesiva formación académica y profesional, poco preparados, profundamente desconocedores de lo que es la sociedad valenciana y con escasa experiencia en la acción política y de Gobierno. Se dice que son gente que no han hecho ni hacen nada fuera de la política, que viven dentro de los círculos endogámicos del partido, que su única trayectoria política se limita a haber formado parte de las Juventudes Socialistas y que, la mayoría de ellos, sólo aspiran a vivir bien pagados de la sopa boba partitocrática hasta llegar a la jubilación como alguno de los viejos socialistas que les han precedido. Se dice todo eso y seguramente en parte sea injusto, especialmente en algunos casos individualmente considerados. Con todo, algunos de los males de los que se acusa a los nuevos socialistas ya estaban, quizás menos acentuados, en las dos generaciones precedentes de dirigentes del PSPV-PSOE y tienen que ver con el pobre sistema español para recambiar las elites políticas, la falta de democracia interna en los partidos y nuestra pétrea partitocracia.

A la actual dirección socialista su estrategia le ha generado un sinnúmero de potenciales adversarios internos. Por eso también se dice y se escribe que lermistas, pajinistas, colomeristas, asuncionistas, ciscaristas, y muchos otros grupúsculos y militantes están contando los días que faltan para ajustar cuentas. El momento crítico serán los meses que seguirán al próximo 22 de mayo. Nadie cuestiona, más allá de la retórica de manual, que el PSPV-PSOE perderá las elecciones autonómicas y las locales. Se teme, incluso, que sean los peores resultados de su historia, aunque confían que la parálisis de Camps y sus listas de implicados como el anuncio de Zapatero de no ser el candidato socialista en 2012 atenúen el golpe. Sin embargo, Alarte espera que el PSOE tenga malos resultados en todas partes, para, de este modo, sobrevivir en el agitado mundo del poszapaterismo socialista, aplastar cualquier conato de rebelión interna en el PSPV-PSOE y ganar con relativa facilidad el 12º congreso de los socialistas valencianos.


Entonces, con un partido de treintañeros voluntariosos y entusiastas, que tienen todo por ganar, y el viejo socialismo derrotado, en retirada o marginal, la actual dirección socialista cree que estaría en condiciones de lanzarse a la conquista del poder político en la Comunidad Valenciana. Consideran, además, que, en 2015, tras 20 años de gobierno del PP, con los Fabra, Barberá, Camps, Ripoll, Rus, Costa, Blasco, Cotino y compañía retirados o agotados por demasiados años de poder casi absoluto, por la falta de proyecto y empuje, por la imagen de corrupción asociada al PP valenciano y por las dificultades que muestran los populares para regenerarse y encontrar nuevos dirigentes con altura política y capacidad para reorientar las políticas públicas y la gestión del actual PP en la Comunidad Valenciana. Entonces, consideran, sería el momento de Alarte y sus jóvenes socialistas.

3 d’abr. 2011

¿Cuántos estúpidos gobiernan el mundo...?


Recientemente se ha reeditado el ensayo 'Las leyes fundamentales de la estupidez humana' que el historiador y economista Carlo M. Cipolla escribiera en 1988. Son leyes intemporales, pero hay épocas como la actual y realidades concretas tan dispares como la crisis económica actual o la situación política valenciana, por citar algunos casos, en las que se hace necesario recurrir a ellas para entender algo de lo que nos está pasando.

Las leyes son cinco. Primera: siempre y en todo lugar se subestima el número de estúpidos en circulación; segunda: la probabilidad de que una persona sea estúpida es independiente de cualquier otra característica que posea (raza, sexo, religión, ideas políticas, nivel de estudios, profesión, estatus social, riqueza, nivel de responsabilidad, etc.); tercera: una persona estúpida es quien causa pérdidas a otras personas sin obtener ninguna ganancia para sí mismo y generándose habitualmente perjuicios; cuarta: las personas no estúpidas subestiman siempre el potencial nocivo de las estúpidas porque se olvidan de que en cualquier momento, lugar y circunstancia, tratar o asociarse con individuos estúpidos es infaliblemente un enorme y grave error. Quinta y última: el estúpido es el prototipo de persona más peligroso que existe para cualquier grupo humano.

En este sentido, Cipolla distingue cuatro tipos básicos de seres humanos en la acción colectiva; a saber: las personas inteligentes que son los que actuando para obtener provecho propio generan beneficios colectivos (ganan ellos y hacen ganar a los demás); los ingenuos e incautos que generan beneficios a los demás, aunque ellos suelan salir perdiendo (pierden ellos y hacen ganar a los demás); los malvados que sólo saben obtener provecho generando perjuicios iguales o mayores en los otros (ganan ellos y hacen perder a los demás), y, finalmente, los estúpidos, quienes cuando actúan, independientemente de las intenciones que tengan, sólo generan perjuicios a ellos mismos y colectivamente (pierden ellos y hacen perder a los demás).

Hay que tener en cuenta, insistía el economista italiano, que contrariamente a lo que se pueda pensar en un primer momento, para todo grupo y sociedad es más contraproducente una persona estúpida que una persona malvada. La malvada es racional y, por tanto, previsible, y además produce algún tipo de beneficio aunque sea egoísta, fraudulento y socialmente perseguible. La estúpida no, es imprevisible, ante ella solemos estar desarmados puesto que tendemos a confiarnos y a no ser precavidos, y, cuando llevan a cabo una acción pública, sólo hay pérdidas y toda la sociedad entera se empobrece.

Pero, si la proporción de estúpidos es similar en todo grupo humano, ¿qué pasa con las élites de poder de un país (gobiernos, partidos, sindicatos, grupos de empresarios, universidades, etc.)? Para Cipolla, la diferencia principal entre un grupo humano en ascenso y otro en decadencia no está en el número de estúpidos existentes, sino en su importancia en los órganos de decisión. En las sociedades en ascenso, las personas en el poder tienen un porcentaje insólitamente alto de individuos inteligentes que procuran controlar a los estúpidos y excluir a los malvados e incautos, con lo que producen a la comunidad ganancias suficientes como para que el progreso colectivo sea un hecho. Por el contrario, en las sociedades y grupos humanos en decadencia, entre los individuos en el poder se observa una alarmante proliferación de malvados, una disminución igualmente preocupante de los incautos y de los inteligentes y un escaso control sobre los estúpidos: lo que refuerza el poder relativo de los estúpidos y conduce cualquier sociedad o grupo humano a la ruina.

Llegados a este punto, deberíamos preguntarnos en manos de quién estamos tanto en el ámbito global como en el local e inmediato. Cuestionémonos si tiene sentido que los ejecutivos de entidades financieras internacionales, agencias de calificación o de rating (supuestamente independientes, pero cuyos socios son jueces y parte), grandes bancos y entidades similares que provocaron una burbuja financiera e inmobiliaria descomunal, que desembocó en la crisis que todos padecemos, sigan en sus puestos, ganando cifras obscenas de dinero. Preguntémonos cómo es posible que sean esos mismos ejecutivos y sus expertos quienes dirijan la salida de la crisis en beneficio propio, obteniendo sumas ingentes de los estados (es decir, de todos) y de la economía productiva; actuando descaradamente en contra de los intereses, bienes, ahorros y los servicios del Estado de Bienestar de una mayoría de la población cada vez más irritada y atemorizada. No parece que globalmente estemos en manos de los inteligentes. De hecho, cuanto más sabemos sobre el modo de vida, forma en la que toman las decisiones y ética de dichos ejecutivos más evidente se hace muchas de sus iniciativas obedecen a lógicas perversas (malvadas, en terminología de Cipolla) o, simplemente, estúpidas.

Del mismo modo, valdría la pena dejar a un lado los discursos autocomplacientes al uso y considerar si la Comunidad Valenciana es una sociedad en ascenso o en retroceso relativo. Deberíamos mirar, con sentido de la responsabilidad, nuestros indicadores de productividad, las características del mercado laboral, la pérdida de peso del PIB valenciano en el conjunto de España y la Europa avanzada, la estructura de nuestro tejido productivo, la capacidad de innovación tecnológica, centros de investigación y el nivel de nuestras universidades, los servicios sanitarios, educativos, de atención a la dependencia, la urbanización y gestión del territorio o nuestra capacidad de gestionar (y perder) de capital humano bien formado, mientras atraemos mano de obra poco cualificada. Deberíamos preguntarnos si, a pesar del crecimiento económico y de estar viviendo en una de las zonas más ricas y opulentas, no estamos más cerca de convertirnos en una sociedad en retroceso relativo, a la manera de Italia, que en una sociedad en ascenso.

Y, del mismo modo, deberíamos preguntarnos si las elites actualmente en el poder, quienes forman parte de nuestros grupos dirigentes en los ámbitos sociales, económicos, intelectuales o políticos (tanto en el gobierno de la Generalitat como en los partidos de la llamada oposición y en el conjunto de la sociedad valenciana), están dominadas por gente inteligente o en el peor de los casos incauta, o si por el contrario crece el peso relativo y destructivo de los estúpidos y los malvados. Mucho me temo que, si somos sinceros con nosotros mismos, debemos considerar que empiezan a sobrarnos malvados, aprovechados de todo tipo, estúpidos e incautos en los puestos de mando: baste observar como se inauguran aeropuertos, maquetas de hospitales o nos embelesamos con trenes caros y deficitarios que no nos acercan a Europa.


Es preciso empezar a cambiar, en las elites y en la sociedad, asumiendo que los ciudadanos no somos ángeles, que no tenemos los dirigentes que nos merecemos, sino que tenemos los dirigentes más parecidos a lo que somos. Es preciso indignarse, exigir a nuestras elites; pero también tener sentido individual de nuestra responsabilidad colectiva. En caso contrario, quizás, en unos años, nos encontraremos, parafraseando al protagonista de Vargas Llosa en 'Conversaciones en la catedral', preguntándonos ¿en qué momento se jodió la Comunidad Valenciana? y, lo peor, sin saber encontrar la respuesta.