29 de maig 2011

Yo también me he indignado y... ¿ahora qué?

Debo decir que respeto profundamente la trayectoria personal de Hessel, autor del best seller ¡Indignaos!, pero no comparto su llamamiento a la indignación general como forma de acción política contra el asalto al Estado del Bienestar y a la democracia que, en su opinión, está llevando a cabo el capitalismo financiero y especulativo sin que nuestros representes políticos y gobiernos hagan nada. El caso es que desde la lectura de su opúsculo, no sólo escucho la palabra "indignado" continuamente, sino que, de repente, me he dado cuenta de que vivo en una sociedad repleta de indignados, siempre preparados para enfadarse por algo y contra alguien.


El dueño del bar donde tomo café está indignado por la Ley Antitabaco y los impuestos, por la falta de clientes, por la crisis y por un sin fin de cosas más, que cambian y aumentan cada día que pasa. Mis vecinos de finca también lo están, unos por el ruido y el tráfico, otros por la presencia de inmigrantes en el barrio, los hay que lo están porque los jóvenes no tienen oportunidades, porque los bancos no dan créditos, por el paro y por la corrupción. 

En el trabajo hay indignados de todos los colores: contra Zapatero y su levedad política, contra que Rajoy sea presidente sin decir qué quiere hacer y cómo, contra Merkel y el egoísmo alemán, contra Camps que tiene el poder y no gobierna, contra Alarte y su arrogancia insustancial, contra los jueces, la clase política, la izquierda y la derecha, el recorte del Estado del Bienestar, la claudicación de la socialdemocracia, el neoliberalismo, los ataques a la Iglesia Católica, la legalización de Bildu y hasta la telebasura que nos atonta.

Los motivos de indignación son inacabables y contradictorios; pero lo cierto es que no hay más que gente indignada en todas partes. Y, sin embargo, tanta capacidad crítica no se traduce habitualmente en nada: tenemos una sociedad civil subvencionada, y una ciudadanía mayoritariamente apática, desafecta y de normal complaciente con el poderoso y sus abusos.

La crisis ha generado malestar y es éste creciente. El 15-M ha sacado a la calle mucho del disgusto social y político existente, y eso ya es positivo. Algo se mueve. Hasta el momento las voces dominantes en este heterogéneo movimiento parecen apostar por un radicalismo democrático que regenere las instituciones y la forma de hacer política (el 15-M en Madrid pide básicamente: reforma electoral, lucha contra la corrupción, separación efectiva de los poderes públicos y mecanismos de control ciudadano para la exigencia efectiva de responsabilidad política), y la profundización de las políticas sociales (las reivindicaciones del 15-M de Barcelona, además del radicalismo democrático, insisten -más que en Madrid- en la necesidad de fortalecer las políticas sociales, hacer reformas fiscales, mejoras del mercado laboral, cambiar las prioridades del gasto público y proteger el medio ambiente).

Muchas de las cosas que dicen son razonables y necesarias, otras discutibles y algunas despropósitos; pero, en cualquier caso, no deberían ser ignoradas por la partitocracia dominante, expresan una voluntad de mejora del sistema político y social que tendría que ser escuchada y entendida. Nada más y nada menos. Del 15-M no se pueden esperar soluciones a una crisis de carácter sistémico a la que ningún gobierno occidental ha sabido hacer frente hasta ahora.

El movimiento, pacífico y con capacidad autoorganizativa, ha puesto de manifiesto también el valor de las redes sociales de Internet como nueva forma de comunicación y de acción política de carácter horizontal, transversal, inmediato y más trasparente. Algo que contrasta con la práctica habitual de los partidos, sindicatos, instituciones y empresas tradicionales, que siguen comunicándose en Internet de la misma manera que fuera de la red: de modo jerárquico, oscuro, ególatra, anquilosado y lento, mirando con desconfianza a los ciudadanos.

Con todo, a pesar de su capacidad de movilización y la repercusión mediática, hay que hacer tres observaciones sobre el 15-M. Primera, es un fenómeno protagonizado por minorías, que de momento es observado por la inmensa mayoría de la población con una cierta simpatía; pero que es visto con recelo por los principales partidos y grupos de poder, y con sincera hostilidad en sectores conservadores de la sociedad. Segunda, si se observa de cerca los impulsos del movimiento, se tiene la impresión de que es como una gran estación de ferrocarril: hay mucho ruido, muchos trenes, pero cada uno de ellos tiene un recorrido y un destino distinto y no siempre van la misma dirección. El movimiento es demasiado heterogéneo y difuso, y será difícil que tenga continuidad, liderazgos y sentido claros cuando las acampadas empiecen a decaer y los medios de comunicación desvíen su atención hacia otros temas. Y tercera, las acampadas tienen mucho de espontáneo y vitalista, y sus propuestas son lógicamente genéricas (aunque menos que las de algunos partidos). Para su realización es necesario trabajo, y recursos humanos y económicos a lo largo de un tiempo largo; y el 15-M tiene, como todo movimiento de estas características, una pulsión por conseguir sus objetivos de manera inmediata. Las expectativas y objetivos de los participantes en el 15-M son demasiado elevadas a corto plazo teniendo en cuenta el grado de estructuración y la limitada capacidad de presión del movimiento y eso es terreno abonado para la decepción. 

Afirma el filósofo francés Comte-Sponville que el principal reto de las personas es gestionar nuestras expectativas. Tendemos, de natural, a esperar demasiado de las cosas y de la gente, esperamos que los otros solucionen nuestros problemas, analizamos mal, nos dejamos llevar por las emociones irracionales y un día al mirarnos en el espejo comprobamos que lo que creíamos que iba a pasar no ha ocurrido y nos sentimos decepcionados. Entonces, en vez de cambiar nuestra forma de pensar y hacer las cosas, caemos en la apatía, el cinismo, la arrogancia o corremos de nuevo tras otra ilusión sin fundamento.

Y creo que un movimiento de indignados, si sólo es eso, una eclosión, una suma de anónimos en las redes sociales, generará frustración y más desconfianza en la política democrática, pluralista y compleja. Más rechazo populista a todos los políticos, y nuevos brotes de indignación en el futuro, aunque con formas y objetivos distintos. Y, finalmente, la consolidación de una lógica de acción colectiva dispersa y desestructurada que beneficie a quienes han provocado esta crisis y no la sufren.

Los estallidos de indignación no son la solución, son la manifestación de un malestar creciente. La transformación y mejora de la sociedad depende más de los cambios silenciosos, de la organización, la discusión argumentada, el análisis y el esfuerzo que de explosiones de indignación. Yo también me he indignado y... ¿ahora qué? Más ciudadanos conscientes y activos, y menos indignados. Ese es el reto.

25 de maig 2011

Diez impresiones después de la batalla

A falta de un análisis tranquilo de lo ocurrido, los resultados de las elecciones del pasado 22 de mayo generan más interrogantes que respuestas claras. Por eso, este artículo es esencialmente una serie de notas sueltas y urgentes sobre algunas cuestiones que me parecen relevantes, al menos desde la Comunidad Valenciana, y sobre las que habrá que volver en el futuro.

1. Menos bipartidismo. En los últimos 25 años, el espacio político valenciano se ha caracterizado por la creciente concentración de los votos y la representación institucional en los dos principales partidos (PP y PSOE). En estas elecciones, se rompe esa tendencia y el voto autonómico a los dos principales partidos pasa del 88,3% al 79,4% y el local se reduce también en 6 puntos. Paradójicamente, el PP ha incrementado, aún más, su poder institucional.

2. Retrocedemos victoriosamente. Los resultados autonómicos del Partido Popular en la Comunidad Valenciana recuerdan a las consignas del ejército alemán en la II Guerra Mundial cuando empezaron a sufrir bajas significativa, a tener problemas para ocupar el territorio conquistado y a retroceder tácticamente: nuestras fuerzas retroceden victoriosamente, decía la propaganda alemana, y algo de eso pasa con el PP valenciano. Camps ha incrementado en un diputado su mayoría, pero ha perdido 70.000 votos y, en el ámbito local, aunque conquista bastiones importantes como Elx, Gandia, Onda o Benicàssim, se estanca en número de votos (en un momento en el que el PP crece en toda España), sólo aumenta donde gobernaba el PSOE y en Alicante, y da algunos síntomas de desgaste en sus dos primeras joyas de la Corona: Valencia y Castellón. El hundimiento socialista explica su mayor poder institucional, no sus propios méritos, salvo casos contados. Los errores en la gestión, el ruido judicial y la sombra de la corrupción han lastrado a un PP valenciano que gana con mucha claridad, pero retrocede o se estanca electoralmente.

3. Espacio local, mapa murciano. A la espera de la constitución de los nuevos ayuntamientos, el panorama local valenciano se parece cada vez más al murciano en lo que se refiere a la concentración del poder municipal en un único partido (PP) hasta niveles prácticamente absolutos en lo que se refiere al número de personas gobernadas. Todas las ciudades de más de 50.000 habitantes están gobernadas por el PP, por primera vez en la historia, como lo están también la inmensa mayoría de las localidades pequeñas y medianas. La población gobernada por alcaldes del PP sobrepasará, seguramente, el 90% del censo electoral. Algo similar a lo que ocurre en Murcia, como ya señalamos que podía pasar hace unos meses.

4. En España, marea azul. El PP crece ligeramente, el PSOE es abandonado por los votantes; resultado: en España tiene lugar una marea azul. Nada que objetar a una victoria que tiene toda la legitimidad democrática. Sin embargo, a las personas con principios liberales (abstenerse neoliberales) debería preocuparnos que un único partido gobierne en todas las esferas políticas sin ningún tipo de contrapeso. Nunca es buena tanta concentración de poder y menos en un país, como el nuestro, de frágil cultura democrática, con gobiernos poco transparentes, con un poder judicial interferido por los partidos dominantes y unas fuertes lógicas conservadoras y corporativas en su seno, y con elites económicas, sociales y mediáticas vinculadas igualmente a los grupos políticos. El poder acumulado en el tiempo y el espacio por un grupo o por una persona envenena siempre, pero el poder total y en todas las instituciones envenena absolutamente, y genera prepotencia, arrogancia y corrupción.

5. La marca salva los muebles. Como suele ocurrir cuando al PSOE le va mal, la marca de EU y su retórica de la auténtica izquierda mejora resultados. Ha vuelto a ocurrir. Pero poco. En el conjunto de España, sólo consigue 200.000 votos más en las elecciones locales, apenas un 15% de lo perdido por los socialistas, y en las elecciones autonómicas y locales valencianas se sitúa como la cuarta fuerza, retrocede en número de votos respecto a 2003 (15.000, a pesar del malestar social y de sus cantos al heterogéneo movimiento M-15) y ha conseguido únicamente algo menos del 3% del total de concejales. Si en un contexto favorable para sus intereses, como el actual, los resultados en la Comunidad Valenciana son tan discretos y con una presencia territorial tan escasa, su futuro se presenta incierto.

6. Ante un reto difícil. El éxito relativo de Compromís ha sido rotundo. Se han convertido en la tercera fuerza política y ha asentado su presencia municipal. La cuestión ahora es si esta formación puede consolidarse y hacerse fuerte. A favor: parece haber recogido buena parte del voto joven progresista y haber incorporado electorado anteriormente socialista; mientras, el socio principal de Compromís, el BNV, es la única fuerza política que ha incrementado el apoyo electoral en todas y cada una de las convocatorias de elecciones municipales desde 1991, y, por vez primera, ha entrado con fuerza en la ciudad de Valencia y en municipios del área metropolitana. En contra: la escasa y sesgada militancia y la enorme volatilidad tradicional de su voto: mayor en las elecciones locales, algo inferior en las autonómicas e irrelevante en las generales o europeas.

7. Demasiado malo para ser cierto, pero lo es. Los resultados electorales del PSPV-PSOE son los peores de su historia desde 1978. Pierden 145.000 votos en las autonómicas (casi el 20% de su electorado anterior), han conseguido resultados humillantes en las tres capitales de provincia, especialmente en Valencia, sólo van a poder gobernar en el ámbito municipal a muy poca población ya que su poder municipal se limitará a una minoría de pequeños y medianos ayuntamientos asediados por el poder omnipresente e inclemente del PP. No vale echar la culpa a la crisis, a Zapatero o a Canal 9. No bastan primarias o congresos extraordinarios. El socialismo valenciano debería refundarse de alguna manera, pero probablemente no sabrá evitar el riesgo de caer en el encastillamiento, de abrir una nueva serie de enfrentamientos entre familias, alimentar el clientelismo interno, el cortoplacismo, el adanismo, exaltar supuestos salvadores, afianzar a vividores de la política e impulsar estrategias voluntaristas o quejas al comportamiento del electorado. Si no reacciona, o si lo hace mal, puede pasar del abismo en el que se encuentra a una catástrofe sin paliativos; eso sí, viendo como avanzan discursos y partidos que competirán seriamente por su electorado desde la izquierda, pero también desde la derecha y la extrema derecha.

8. Valencia, ¿recuerdos del futuro? El comportamiento electoral urbano, y especialmente el de las capitales, suele anunciar el que se producirá en el futuro en todo el territorio. El PP ha ganado con claridad en la ciudad de Valencia. Lo ha hecho en todos los distritos. Pero pierde 26.000 votos en las municipales (más de un 10% de su voto en 2007) y 35.000 en las autonómicas. La posición del PP es cómoda y tranquila, pero su apoyo electoral ha descendido por debajo del 50% en siete de los 19 distritos y la suma de los votos de la izquierda se acerca discretamente a los del PP en nueve distritos. Con todo, el bloque de la izquierda en Valencia también ha perdido 10.000 votos respecto a 2007 y el PSOE obtiene unos resultados desastrosos (21,8% y la pérdida de casi el 30% del propio electorado), mientra que la suma de los otros dos grupos de izquierdas pasa del 4,7% de 2007 al 16,2%. Igualmente cabe destacar el aumento del voto nulo hasta el 1,3% (5.144 votos) y el del voto en blanco y a pequeñas formaciones que pasa del 4,8% al 9,5%. Síntomas de la dispersión de voto y de un malestar social y político que puede socavar, de mantenerse, la fuerza de los principales partidos.

9. El malestar va a las urnas. La participación ha sido mayor, pero no el voto el voto a los dos principales partidos. Se dice que el movimiento del M-15 ha podido influir en este comportamiento electoral, personalmente lo dudo: el malestar contra los principales partidos y la partitocracia es más profunda. El hundimiento del PSOE, el escaso crecimiento en el ámbito español del voto al PP, el estancamiento del voto local al PP valenciano o la pérdida de votantes a Camps, el incremento del voto a los pequeños partidos, la dispersión de votantes entre formaciones minúsculas, así como el aumento de los votos en blanco y de los votos nulos son síntomas de malestar. El PSOE baja hoy por sus errores al frente del Gobierno de España y también por sus limitaciones y errores políticos en la Comunidad Valenciana. El PP aumenta su poder, pero no el apoyo que recibe. La desconfianza en los políticos y en los grandes partidos de la partitocracia española (PSOE y PP) no ha dejado de aumentar en los últimos años. Hoy el PSOE ha sufrido un batacazo; mañana, cuando empiece a gobernar y a tomar medidas impopulares, le puede ocurrir lo mismo al PP. El futuro no está escrito y las tendencias de fondo muestran un disgusto creciente con el rendimiento de la política. El aumento de la participación, la dispersión del voto o el ejercicio del derecho a voto como castigo son terreno abonado para el populismo. Por cierto, el PP jugaría con fuego si lo de Badalona, en Cataluña, ha sido un ensayo en la construcción de un relato político duro y xenófobo a poner en marcha en un futuro próximo en toda España.
10. ¿Más ni-nis en la política? Ahora que las movilizaciones del M-15 y los informes europeos nos han recordado que la generación ni-ni es un mito mediático sin mayor fundamento, se puede comprobar, mirando los currículums personales (siempre hinchados) de los diputados elegidos a las Cortes Valencianas o los de los concejales de las cuatro principales ciudades valencianas que, en todos los partidos, se da una más que notable presencia de personas que no han tenido otra ocupación que la política y cuya formación académica o profesional es bastante limitada. Sin duda, en ocasiones, se tratará de personas con mérito y capacidad; pero, en general, el proceso de elección de las elites de nuestra particular partitocracia no parece el mejor para prestigiar la democracia y evitar el malestar contra los políticos y la política. 
Article publicat a Valencia Plaza el 25 de maig de 2011 http://www.valenciaplaza.com/ver/26597/Diez-impactos-despu%C3%A9s-de-la-batalla-.html

19 de maig 2011

¿Por qué unos partidos ganan y otros pierden?

La depauperada concepción de la política como mera lucha por el poder oculta que los partidos son, en contra de lo que desearía una parte de las elites políticas, organizaciones para la acción, la participación y la representación colectiva.

Una fuerza política difícilmente conseguirá sus objetivos si no cuenta con recursos humanos, intelectuales y económicos. La marca es importante, los líderes, los programas y los valores asociados a una organización también; pero sin recursos no van a ninguna parte.

Centrémonos en las personas. Los afiliados son, cuando actúan cohesionadamente, un verdadero intelectual colectivo y un instrumento básico para recoger pulsiones ciudadanas y mostrar públicamente la fuerza y características de una organización. Un partido sin afiliados es una cáscara vacía. Los militantes son defensores imprescindibles de las iniciativas partidistas, y el primer termómetro de su presencia social y de su capacidad representativa y electoral: a mayor militancia, más posibilidades de ganar unas elecciones, aunque a veces la ecuación no se cumpla.

Aclarar, antes de seguir adelante, que tener más afiliados no da una legitimidad democrática más elevada a los partidos, ni presupone que hagan las mejores políticas públicas para la ciudadanía: mayor militancia significa únicamente tener más posibilidades de conseguir el dominio y la hegemonía políticas en una sociedad.

En la Comunidad Valenciana, si es cierto lo publicado, el PP tiene unos 130.000 activos, el PSPV-PSOE en torno a 20.000, EU alrededor de 3.500 y Compromís (sumados BNV, IPV y Verds) una cantidad similar a la de EU. La desproporción en el número de afiliados es evidente y eso tiene que ver con el esfuerzo electoral y las posibilidades para conseguir una victoria electoral. En las elecciones autonómicas de 2007, el PP consiguió 1.277.458 votos, el PSPV-PSOE 838.987 y EU+Compromís 195.116.

Con la militancia actual, si se quieren repetir los resultados de hace cuatro años, cada afiliado del PP debe convencer a unos 10 votantes, los de Compromís y EU a 28, y los del PSPV-PSOE a 42. Pero, si el objetivo es superar en un voto los resultados del PP en 2007, el esfuerzo electoral de los socialistas deberá ser de 64 votos por cada militante: un trabajo enorme; y el de EU o Compromís, por separado, de 365 votos por cada afiliado: una fantasía imposible. Y todo ello, sin considerar la hegemonía ideológica, los recursos económicos y el poder institucional que acumula el PP. ¿Por qué ocurre esto?

Compromís
Empecemos por Compromís. El BNV tradicionalmente ha criticado, con razón, la desproporcionada y poco democrática barrera del 5% para acceder a las Corts Valencianes. Es un obstáculo evidente, que desde siempre ha dificultado su acceso al parlamento; pero también ha sido una excusa para no analizar qué fallaba en el trabajo y el relato político del nacionalismo valenciano: es más fácil echar la culpa a la nefasta barrera electoral que a las propias limitaciones. 

Sorprende (o debería hacerlo) que la única fuerza que se dice nacional y restringe su actuación política a la Comunidad Valenciana haya tardado 32 años de elecciones municipales en poder presentar en 2011 candidaturas en algo más del 50% de los municipios, siendo la vez que más candidaturas ha presentado. Sorprende que sea un partido sin discurso ni presencia relevante en las comarcas castellanohablantes, que casi sea marginal en las ciudades más pobladas (Alacant, Elx y València), y que cuente con una implantación muy desigual en el resto de comarcas.

Sorprende que tenga los mayores índices de volatilidad electoral y que no haya sabido aprovechar mínimamente las dificultades de socialistas y comunistas de las últimas dos décadas, a diferencia del BNG gallego. Y sorprende que tenga una militancia global que, a duras penas, alcanza los 3.000 afiliados, muchos de ellos de características socioprofesionales similares, con una capacidad de actuar en la sociedad civil demasiado limitada a los temas identitarios (lengua y cultura) y a algunas asociaciones muy concretas (sindicatos nacionalistas, mundo de la enseñanza y la administración pública, sectores culturales minoritarios, algunos pequeños empresarios y poco más). Así es difícil ser una fuerza política importante y superar con comodidad el listón electoral del 5%.

Esquerra Unida
Lo mismo ocurre con EU. Su marca es más potente que la de BNV (o Compromís), su afiliación, es superior en algunos centenares de personas; pero su fuerza institucional, social y territorial es insignificante: muy inferior a la del BNV. Salvo la militancia en sectores de CCOO y en asociaciones minoritarias, su presencia en la sociedad civil es subsidiaria, y su capacidad para presentar listas municipales muy inferior a la del BNV, y a menudo con personas que ni viven ni actúan políticamente en las localidades donde inscriben la lista.

La marca tiene un cierto prestigio para una parte minoritaria de la sociedad de tradición comunista, sindicalista y para una cierta izquierda bienpensante y acomodada. Gracias a eso, puede afrontar en solitario las elecciones autonómicas y confía en superar la barrera del 5% e, incluso, cree que podrá atraer votantes socialistas descontentos. Sin embargo, su presencia social y su trabajo político es más limitado que el del BNV y, de ese modo, sus grandes objetivos (romper el denostado bipartidismo y condicionar las políticas gubernamentales), es tarea que roza lo imposible.

En el fondo, el discurso del nacionalismo del BNV, del ecosocialismo de IPV y Verds, y del comunismo de EU adolece de una cierta falta de sentido de la responsabilidad cuando culpan a la barrera electoral o al bipartidismo de su irrelevancia política. Con tan escasa militancia, tan limitada presencia territorial y asociativa, y con una actividad política voluntarista, pero exigua y diletante, difícilmente podrán conseguir lo que persiguen. Las barreras electorales o el bipartidismo no son maldiciones divinas: cuando existe una realidad social suficientemente fuerte, se superan. Sus limitaciones políticas, seguramente, tienen más que ver con un análisis demasiado ideológico de la sociedad valenciana, y, sobre todo, con sus divisiones internas, la falta de horas de trabajo político productivo, la ausencia de relatos estructurados a partir de la realidad, y la pobre, en ocasiones, voluntad de acercamiento y diálogo con todos los sectores sociales para transcender el pequeño y endogámico mundo en el que viven desde hace décadas.

PSPV-PSOE
El PSPV-PSOE, por el contrario, es la principal formación de la izquierda valenciana, entre 1977 y 1993 fue la fuerza más votada, gobernó la práctica totalidad de los ayuntamientos en los años ochenta del siglo pasado y fue el partido de la Generalitat en las tres primeras legislaturas autonómicas. Todavía hoy gobierna para el 25% de los valencianos en el ámbito municipal. Es y será, mientras que no se modifique el actual sistema de partidos, la única fuerza que puede llegar a ser alternativa al PP.

Sin embargo, para intentarlo solo cuenta con unos 20.000 afiliados, que deben hacer un esfuerzo electoral seis veces mayor que los del partido de la derecha. La militancia está presente en todo el territorio y tiene más presencia social (sobre todo donde gobierna) que Compormís o EU. Pero, a pesar de ello, es una militancia desigualmente distribuida en la geografía, con grandes problemas para estructurarse en las grandes ciudades y en los lugares donde no gobierna, bastante fragmentada internamente, con poca capacidad para sumar esfuerzos y hacer equipos grandes y duraderos en el tiempo, empobrecida política, social e intelectualmente en las últimas décadas, sin mucha capacidad autocrítica, con escasa presencia en la sociedad civil (excepto algunos sindicatos y asociaciones, y lugares donde gobierna), sin centros de pensamiento propios y fuertes lógicas clientelares internas en la ocupación de los cargos institucionales y de la organización.

Los socialistas tienen que renovar profundamente su cultura política, aprender a sumar internamente, dejar de situarse a la defensiva y de vivir en la desconfianza, asumir el debate abierto y dialogar con mucha gente sin prepotencias y sin renunciar a ningún espacio ni sector social; deben competir por la hegemonía política e ideológica en todas partes, pensar y entender la sociedad valenciana actual (sociológicamente muy diferente a la de los años ochenta del siglo pasado), promocionar a personas competentes y multiplicar ampliamente el numero de afiliados si quieren aumentar las posibilidades de gobernar la Generalitat.

Son la fuerza que tiene la responsabilidad de construir una alternativa a un modelo de gobierno del PP en la Comunidad Valenciana que, a pesar de la propaganda oficial, hace aguas; pero acumulan limitaciones propias y errores que han hecho posible que desde 1995 no hayan sido percibidos por la mayoría de la sociedad como la alternativa necesaria. Sin duda, tienen razón cuando critican muchos de los excesos y corruptelas del PP, pero se equivocan si piensan que el PP gana únicamente gracias al abuso de poder.

Partido Popular
Finalmente, el PP. Es el gran partido hegemónico. Gobierna la Generalitat, las tres diputaciones, los ayuntamientos de las capitales de provincia y a más del 70% de la población en los municipios. Tiene una presencia capilar en la sociedad, una penetración en el tejido asociativo enorme, practica un clientelismo social muy efectivo, mantiene una agresiva tensión discursiva que le permite combatir diariamente por controlar el espacio público, cuenta con un relato grandilocuente, falsario, simple y eficaz de lo valenciano, ha conquistado la hegemonía ideológica, y gestiona más recursos económicos, mediáticos e institucionales que el resto de partidos. Su maquinaria política está bien engrasada y ha sabido contar con personas preparadas o con habilidad y ambición para penetrar en el territorio y en la sociedad civil.

Con todo, debe hacer frente a problemas derivados en parte de su idiosincrasia y en parte de su éxito: las tensiones entre las diferentes derechas que conviven en su seno, el creciente número de arribistas en sus filas, los casos de corrupción y de abuso de las instituciones derivados de la acumulación de poder, las dificultades para regenerar a unos líderes muy debilitados y una imagen que ha quedado muy maltrecha por el caso Gürtel y las mentiras de sus dirigentes, la cultura autoritaria en la gestión de algunas instituciones, los casos prepotencia, de negación de la pluralidad de la sociedad valenciana y la creencia de que lo que ellos piensan o proponen es lo único posible y lo que debe aceptar, sin más, la totalidad de los valencianos.

Del mismo modo, el PP valenciano tendrá que hacer frente, más pronto que tarde, a la crisis económica y a las consecuencias del fracaso del modelo socioeconómico neoliberal y desarrollista que ha impulsado. Desde 2004, echar la culpa de todo a Zapatero les ha funcionado, han abusado de la critica a ZP hasta el delirio; pero lo cierto, es que la Comunidad Valenciana, pierde posiciones en términos relativos en España y en Europa, el número de empresas industriales no deja de retroceder entre nosotros, el paro es mayor que en España, la economía sumergida tiene más peso, en nuestro mercado de trabajo perdemos gente preparada y aumentan los poco cualificados, hemos perdido las principales entidades financieras valencianas, los indicadores de nuestro Estado del Bienestar (Sanidad, Educación, Dependencia) nos sitúan a la cola de España y nuestros niveles de transparencia o de gestión plural de los medios de comunicación públicos son ínfimos.

Y eso, esencialmente, es responsabilidad del Gobierno Valenciano. El PP cree que una macrovictoria electoral le exculpa de los errores cometidos; pero, en democracia, las urnas sólo legitiman a las mayorías para gobernar, y, eso sólo comporta, que los vencedores forman gobiernos que deben tener sentido de la responsabilidad, transparencia y respeto a las minorías. Las falacias y el abuso del poder nunca son exculpados por las urnas.

Nota final
Se puede tener la impresión de que, a veces, los partidos valencianos parecen afectados por el síndrome Mourinho y, cuando analizan las cosas, claman, como el histriónico y manipulador entrenador portugués, su particular ¿por qué nos pasa lo que nos pasa? y casi siempre se niegan a discutir la realidad, a analizar las propias limitaciones, a reconocer los méritos del adversario y prefieren buscar la explicación de sus problemas en supuestas conspiraciones externas, en la descalificación o el insulto al rival, huyendo del debate abierto o, lo que es peor, echando la culpa a los ciudadanos. Quizás, por eso y porque somos un país de tradición católica, ante las adversidades, también en política, recurrimos demasiado a menudo a la voluntarista idea de que la fe mueve montañas y esperamos que el tiempo, nuestros buenos deseos, la suerte o un milagro sean suficientes para conseguir el éxito en nuestros propósitos. Seguramente, mejor nos iría si asumiéramos la idea de la autoexigencia, del esfuerzo, del si tu te ayudas, Dios te ayuda de la cultura protestante, porque el conocimiento y el trabajo en equipo, continuado y eficaz mueven más montañas que el voluntarismo. 

Article publicat a Valencia Plaza el 19 de maig de 2011

27 d’abr. 2011

La estrategia Alarte (2): El deseo y la realidad

Estos son los cálculos de Alarte y de su equipo más próximo: primero, negativizar al PP mientras se asalta el poder interno socialista, se sustituye radicalmente al viejo socialismo y se da el poder del partido a una nueva generación; después, aguantar las críticas por la derrota en las autonómicas y locales de 2011, desde la fortaleza que da tener el poder del partido y estar en las instituciones, y, finalmente, asaltar los espacios de poder que un PP agotado en 2015 mantenga en la Comunidad Valenciana, empezando por la Generalitat. La estrategia es coherente; pero en mi opinión y a riesgo de equivocarme, presenta algunos inconvenientes que la van a dificultar y pueden acabar por imposibilitarla en la práctica.

El primero es ideológico y tiene que ver con la ilusión de la razón que subyace en los planes de futuro que obedecen a una lógica lineal y progresiva de los fenómenos sociales en los que se basa implícitamente la actual estrategia socialista. Se creería que la ejecución de las acciones y fases de un proceso previamente planificado permite lograr lo previsto y, siguiendo una dinámica cada vez más ambiciosa, llegar a la consecución de los objetivos últimos de la estrategia.

Esta lógica racional hunde sus raíces en el pensamiento occidental más antiguo y ha sido muy común en todo tipo de planificaciones y estrategias políticas, especialmente las de las izquierdas marxistas y comunistas, que creían que la Historia se regía por una idea lineal de progreso que culminaba con la victoria final y absoluta del Socialismo y la creación de una sociedad perfecta, una especie de paraíso en la Tierra.

Sin embargo, la confianza en esta lógica lineal y progresiva ha sido barrida en las últimas décadas por los nuevos paradigmas científicos, sobre todo en lo que afecta al comportamiento humano y colectivo, porque no tiene en cuenta la complejidad humana y la imposibilidad de controlar todas las variables posibles de un proceso social. Dicho de otro modo, la estrategia de la dirección socialista es lógica y coherente, pero sólo podría tener éxito si fueran estáticos todos los actores y factores políticos ajenos a la actual dirección socialista.

Y aquí empiezan los problemas: ni los excluidos internos en el PSPV-PSOE, ni el poszapaterismo, ni el PP valenciano, ni la economía, ni las percepciones ciudadanas tienen porque seguir la evolución esperada por los actuales estrategas socialistas. Los escenarios de reproducción de las guerras civiles entre los socialistas, de descalabro del joven socialismo junto con Zapatero, de la aparición de nuevos partidos o de cambio de dirigentes (con o sin regeneración) del PP valenciano son más que posibles y no jugarían a favor de su estrategia.

El segundo inconveniente es cultural y tiene que ver con el comportamiento político socialista. Los partidos de derecha, después del hundimiento de UCD, suelen dar muchas oportunidades a sus candidatos y líderes y tratan de hacer posibles estrategias de acumulación de fuerzas sociopolíticas durante años. Intentan, de este modo, fidelizar a su electorado y evitar crisis internas (y sólo hay que recordar las veces que se presentó Aznar como candidato, o Rajoy, Arenas en Andalucía, Trías Fargas en Barcelona o Mas en Cataluña). Por el contrario, el partido socialista no suele dar más que dos oportunidades y eso siempre que en la primera los resultados hayan sido aceptables (Pla en 2003) y únicamente una cuando son malos (lo que habitualmente ha ocurrido, por ejemplo, en las ciudades de Valencia o Madrid).

El partido socialista no tiene cultura de acumular fuerzas, contactos, alianzas con la sociedad e inteligencia a lo largo de un tiempo largo. Cada nuevo candidato o cada nuevo líder comienza, con una enorme dosis de adanismo y sin tener en cuenta apenas la experiencia del equipo anterior, a construir un proyecto (que se dice singular, por mucho que suela ser semejante al de su antecesor), un programa, un equipo y un discurso propios, así como un nuevo sistema de relaciones y apoyos sociales. Se buscan casi siempre soluciones cortoplacistas con candidatos o equipos de los que, en el fondo, se espera que cuenten con una fuerza carismática o una capacidad de movilización social inmediata y casi milagrosa, lo cual no contribuye a consolidar proyectos políticos bien definidos, alimenta una cultura política autoritaria de culto al líder y pone a los candidatos a los pies de los caballos (y de las familias) después de cada derrota electoral.

Unos malos resultados el próximo 22 de mayo, si conllevan una pérdida de votantes y de gobiernos municipales de una cierta magnitud, complicarían la supervivencia política de Alarte y su continuidad tras el 12º congreso de los socialistas valencianos en 2012; aunque no la harían imposible si los resultados del PSOE en el resto de España son malos el 22M y se pone en marcha un proceso de primarias para la sustitución de Zapatero.

El tercer inconveniente es temporal y se corresponde con la forma en la que se construye una alternativa política. Se suele afirmar que en España los partidos políticos en la oposición no ganan las elecciones, sino que son los que están en el gobierno quienes las pierden. Esta idea a fuerza de repetirse acostumbra a pasar por una verdad indiscutible, pero no lo es. Por el contrario, si no se genera ilusión hacia una alternativa de gobierno, si no se da la impresión de que se puede gobernar de manera diferente y mejor para una nueva mayoría de ciudadanos, los malos gobiernos no acaban de perder el poder.
Puede haber cansancio por los años de gobierno de un partido, por su mala gestión, por la corrupción que se atribuya a sus dirigentes, por lo que se quiera; pero el cansancio y la irritación ciudadana no son sinónimos de alternativa de gobierno. Se vota por expectativas de futuro y, si la ciudadanía que desea una alternativa política no la ve, acabará dispersando su voto o absteniéndose.

Una alternativa de gobierno requiere esfuerzo, dedicación, profesionalidad, establecimiento de muchas complicidades con la sociedad y lucha por la hegemonía en todas las dimensiones de la acción y el discurso político, equipos de personas muy amplios y con capacidad de incorporar cada vez más gente. Es decir, poco sectarismo, escasa prepotencia, mucho trabajo y, a ser posible, llevado a cabo con profesionalidad y rigor: no se trata de estar todo el día ocupado, sino de ser productivos.

En los últimos tres años, la dirección socialista ha atacado a Camps y al PP por la corrupción con éxito, pero apenas han mostrado cuál es su alternativa política en cada materia (economía, políticas del estado de bienestar, calidad democrática o gestión del territorio), no han evidenciado quién se beneficiará con su gobierno y por qué. Si sobreviven a los congresos socialistas del próximo año, cosa probable, hacia finales de 2012, tendrían que empezar a estructurar sus alternativas de gobierno.

Para entonces Alarte llevaría más de cuatro años como secretario general, habría perdido unas elecciones, y tendría sólo dos años y medio (salvo adelanto electoral) para que su alternativa ganase credibilidad, ser generalmente conocido y poder impulsar un proyecto político competitivo e identificable por la mayoría de los ciudadanos. Un tiempo muy ajustado porque la construcción de una alternativa política no es una cuestión de marketing ni de escribir documentos más o menos correctos técnicamente hablando, sino de hablar con mucha gente y muchas veces, de escuchar siempre, de ser creíble y esperanzar a un número creciente de ciudadanos, de acumular fuerzas y fidelizar a grupos de electores, y, sobre todo, de contar con miles de personas haciéndote la campaña: hablando bien de ti y deseando tu victoria.

Y eso es mucho trabajo para tan poco tiempo, sobre todo teniendo en cuenta que hasta el momento Alarte es socialmente poco conocido y su figura es poco valorada fuera de los círculos más próximos. El marketing no hace milagros y los expertos de turno pueden escribir programas sin mácula, pero ser alternativa de gobierno no se improvisa: es algo más complejo y difícil.

En este sentido, el cuarto, último y no menos importante de los inconvenientes, es político y guarda relación con el sentido y la función principal de los partidos en una democracia. Hoy no se entiende la acción política cotidiana sin la labor de los especialistas en campañas electorales, en imagen, en comunicación política, en nuevas tecnologías, en técnicas sociológicas o en análisis politológicos. Son profesionales necesarios y, en algunos casos, imprescindibles. Sin embargo, a menudo dan lugar a la venta (muy cara) a los partidos de toda clase de sortilegios y recetas que no pasan de ser supercherías de coolhunters (cazadores de tendencia), coachs (asesores/entrenadores personales) y demás fauna oportunista.

Pero del mismo modo que no deberíamos confundir el fondo y la forma de las cosas, tampoco en el caso de la política deberíamos olvidar dos hechos primordiales: en último extremo, las elecciones son un mecanismo por el cual, y por motivos muy variados, miles o millones de personas dan su confianza a personas a las que apenas conocen y a partidos de los que, a menudo, desconfían para que gobiernen los asuntos colectivos. Y para conseguir ese objetivo no hay mejor mecanismo que hablar con mucha gente y lograr que mucha gente hable (bien, sobre todo) de los candidatos y los partidos.

Igualmente, se olvida, a menudo, que la principal función de los partidos no es la de seleccionar elites para ocupar cargos institucionales o del partido, sino representar a sectores y grupos ciudadanos y para ello, lógicamente, es necesario ser un partido con una militancia grande y representativa cuando lo que se pretende es gobernar y ser representativo de la mayoría de la población en todos los sectores sociales, ámbitos geográficos, nivel de estudios o capacidad intelectual sin distinción de raza, sexo, lengua y edad.

Y aquí se encuentra, en estos momentos, quizá el problema más grave del PSPV-PSOE y de la llamada izquierda valenciana en su conjunto. Ni es un partido de masas, en la vieja terminología izquierdista, ni tiene una militancia elevada. Hoy, es un partido minorizado (unos 21.000 militantes oficiales, poco más de 16.000 militantes reales, sólo una minoría por debajo de los 40 años, y con pocos simpatizantes activos), un partido muy fragmentado y donde predominan las dinámicas excluyentes sobre las integradoras y de suma, un partido con una desigual presencia social dentro de la sociedad civil, sin capacidad de influencia intelectual ni centros de pensamiento importantes a su alrededor o en su seno, y sin una penetración territorial fuerte en las grandes y medias ciudades, donde se concentra más del 75% de la población valenciana. Un partido con cuadros y militantes poco presentes en la sociedad valenciana y cuyos dirigentes y cuadros tienen mayoritariamente como dedicación profesional única ser políticos.

Y a ello habría que sumar un problema igualmente grave y que afecta a la práctica totalidad de la socialdemocracia europea: un partido sin un discurso o un relato político para la sociedad actual que explique, primero, qué política económica se va a llevar a cabo en cada país o región teniendo en cuenta que estamos en un mundo globalizado en el que Europa pierde fuerza, los mercados (el capital transnacional) impone sus reglas sin control democrático, aumentan las desigualdades sociales y el neoliberalismo es, de hecho, el único modelo ideológico que se sigue; segundo, cómo se puede mantener la cohesión social cuando se abre la brecha de conocimiento en nuestras sociedades; tercero, de qué manera vamos a participar en la revolución tecnológica y científica en marcha; qué hacer con el Estado del Bienestar, y, cuarto, cómo se gestiona la inmigración.

No dudo de la voluntad de Alarte y de sus jóvenes socialistas, pero con unas fuerzas tan escasas en número, tan débiles políticamente y tan limitadamente representativas de la realidad valenciana, creo que aunque es muy posible que sobreviva a los envites internos de 2012, difícilmente podrá conquistar la Generalitat tres años después, por mucho que, como dice su eslogan, en la Comunidad Valenciana otro camino sea posible y, sobre todo, necesario. 

Article publicat a Valencia Plaza el 27 d'abril de 2011 http://valenciaplaza.com/ver/24489/La-estrategia-Alarte-2-El-deseo-y-la-realidad.html