31 de jul. 2011

Madrid nos mata

Madrid es una ciudad de poder. Ministerios, instituciones, embajadas, universidades, fundaciones, centros de análisis, bancos y empresas privadas, partidos políticos, sindicatos o principales medios de comunicación. El número de personas que, en un sentido amplio, trabajan en los espacios madrileños del poder tomando decisiones o produciendo opinión e ideología resulta abrumador. Como es abrumador el peso de la tradición y de la visión radial y centralista de España. Madrid, villa y corte. Centro, modelo y referencia. Es un sueño antiguo. Omnipresente en el Madrid oficial y del poder. 

Si se habla del desastre de las cajas de ahorro (las valencianas han demostrado un nivel vergonzoso), los compradores vendrán del centro salvador. Si lo que está en juego es el modelo de Estado o el déficit público, de nuevo el centro es ejemplar y las autonomías son derrochadoras. Si se dibuja el mapa del AVE o las comunicaciones, ahí está el centro, punto de origen y destino de todos los caminos, exactamente como dispuso Felipe V por real decreto hace tres siglos.

Madrid contra la Comunidad Valenciana: eje central y eje mediterráneo

Los valencianos contamos poco en Madrid. Pasó en la época de Lerma y sus ministros valencianos, con el poder valenciano de Zaplana y con la combinación de victimismo y capacidad para salvar a Rajoy de Camps. Flores de un día. En unas semanas, la UE decidirá cual será el eje ferroviario prioritario en España y al que se destinarán recursos europeos. La batalla es entre el eje central, con Madrid como punto nuclear, o el mediterráneo, con Valencia y Alicante como referentes. Esta semana las presidentas del eje central (Rudí, Aguirre y Cospedal) han hecho una demostración de fuerza. La consellera Bonig ha reaccionado correctamente. Mas, Fabra y Valcárcel han callado. Deberíamos preocuparnos. En España, si Madrid juega, casi siempre gana. Sentido del poder.

Hace 10 años, Zaplana se distraía hablando de un hipotético eje ibérico (Valencia-Madrid-Lisboa) mientras en España gobernaba Aznar y Loyola de Palacio era comisaria europea. Ninguno de los tres trabajó para que el eje mediterráneo estuviera en los planes de la UE sobre sistemas de comunicación transeuropea en su parte española. Entonces, Madrid empezó a ganar. Casi nadie en la Comunidad Valenciana dijo nada. Se repitieron los silencios cuando Camps decía impulsar un supuesto eje de la prosperidad con Aguirre o Matas.

Todo menos buscar alianzas con Cataluña. Tuvo que ser la sociedad civil, a través de grupos de empresarios, quien sumara voluntades a favor del eje mediterráneo con una década de retraso. Los errores políticos, la pobreza de miras y el anticatalanismo se pagan. Ahora, si no se consigue financiación para el eje mediterráneo, la Comunidad Valenciana será una zona más periférica y con menos oportunidades dentro de Europa.

El 15-M, centralista

Está tan arraigada la idea centralista, que hasta las recientes marchas de los indignados han seguido las vías de la España radial, reforzando la lógica de concentración geográfica de poder de quienes dicen combatir. Siete rutas desde la periferia al centro. Marchas del Norte, Noroeste, Noreste, Este, Sur, Oeste y Sureste. Un nacionalista español radicalmente uniformista no se habría atrevido a eliminar de manera tan taxativa toda referencia a los nombres de las molestas nacionalidades y regiones para convertirlos en meras referencias geográficas que sólo tienen sentido si se miran desde el centro. Madrid, lugar también del contrapoder de los indignados.

Seguramente no es un accidente. El 15-M es la manifestación de un malestar de fondo en la sociedad, plantea problemas importantes. Pero, en este movimiento, además de una deriva asambleísta, un gusto por el anonimato y un discurso, a menudo, redentorista y populista, cosas todas ellas poco democráticas; late un alma jacobina y centralista. Recordemos que su primera reivindicación concreta, la reforma de la ley electoral, apunta a la creación de un distrito único español y que, en sus debates, las comunidades autónomas y la diversidad española son ignoradas o consideradas hechos secundarios por los indignados.

Las elecciones generales, en noviembre

En Madrid, siempre hay algún debate obsesivo. Uno de los últimos ha sido el que pretendía el adelanto de las elecciones generales. Empezó a mediados de 2009. El PP comenzaba a superar en las encuestas al PSOE. La prensa de derechas y el propio PP alegaban que adelantar las elecciones y cambiar el partido en el Gobierno facilitaría la salida de la crisis. Las sucesivas crisis del euro, la caída del prestigio de Zapatero o el nombramiento de Rubalcaba como candidato socialista lo han avivado. En las últimas semanas, hasta los medios cercanos al PSOE, como El País, pedían el adelanto electoral. Zapatero, al final, ha cedido y habrá elecciones el 20 de noviembre.

Probablemente, serán las elecciones generales del actual período democrático con menor competencia entre programas políticos diferenciados y mayor componente de mera batalla por el poder. Un panorama desconcertante habida cuenta del grado de crispación entre los dos principales partidos. El PP cuenta con una posición favorable, las encuestas le dan una ventaja clara y tiene a su electorado galvanizado; pero ni su líder genera suficiente confianza ni el partido ofrece la sensación de ser alternativa y se desconoce lo que pretende hacer en el gobierno. Cuenta, además, como todo partido en la oposición, con tres facciones definidas en función de su forma de entender el poder: quienes tienen ganas de revancha, quienes desean un cargo, y quienes, con sentido de la responsabilidad, temen lo que se les viene encima. Si llega al gobierno, Rajoy debería apoyarse en éstos últimos.

Más singular es el caso del PSOE, que afronta las elecciones con una realidad esquizofrénica. Por un lado, el PSOE de Zapatero. Por otro, el del candidato Rubalcaba, hasta ayer vicepresidente, obligado a redefinir a marchas forzadas al PSOE como fuerza de izquierdas diferenciada de las políticas del Gobierno en los últimos años. Una apuesta endiablada y desesperada, pero con posibilidades. Si el PSOE obtiene el 20-N un resultado digno o incluso bueno, podría intentar formar una nueva dirección del PSOE que llevase a cabo una reestructuración controlada del partido en todas partes, tratando de incorporar al PSOE algo más que profesionales de la política formados en las Juventudes Socialistas. Pero si los socialistas sufren un nuevo batacazo electoral, todo puede saltar por los aires: el zapaterismo, los restos de la vieja guardia de la época de Felipe González que encarna Rubalcaba y las estructuras de poder de las distintas federaciones. La zozobra socialista sería profunda.

Las elecciones y los partidos valencianos

Los partidos valencianos cuentan poco en estas elecciones. Los posibles beneficios electorales, en términos de escaños, de PP y PSOE respecto al 2008 son escasos comparados con los que se pueden obtener en otras comunidades. Con todo, si el PP gana, asistiremos al cambio del actual discurso victimista por otro que destaque la colaboración y buena sintonía entre la Generalitat y el Gobierno de España. Y poco más. Mientras dure la crisis, no llegarán recursos. Además, para el PP, ahora que gobierna en casi todas partes, la Comunidad Valenciana tiene menos valor político que en el pasado y se asocia a problemas y corrupción. Madrid, las dos Castillas, Cataluña, Galicia o Andalucía son más importantes. Fabra tiene mucho trabajo que hacer para sacar el PP valenciano del agujero y lavar su imagen.

Para la actual dirección socialista valenciana, los escenarios después de las elecciones son difíciles. Malos si los resultados son catastróficos para su partido y complicados si son dignos y se promueve una regeneración interna. Su mejor baza es que el PSOE central ignore a la Comunidad Valenciana. Al fin y al cabo, el PSPV-PSOE siempre ha contado poco en el universo socialista español, y no parece que eso vaya a cambiar en un futuro inmediato.

Los otros partidos valencianos simplemente no existen en Madrid y no será fácil que tengan un lugar en las Cortes Generales después del 20-N.